No sabía, porque para leer un libro prefiero no enterarme, que Bruno Dante es el alter ego de Dan Fante, y el resto más o menos autobiografía.
Vaya, me dije, otro Bukowski, aspirante al Nobel de la resaca que me va a contar sus guerritas. Busqué un contáiner para tirar el libro, pero por suerte en mi casa no tengo, lo que me dio un par de segundos más para reconocer: escribe bien, este desgraciado. Eso me salvó, porque le di algunas páginas de ventaja. Entonces apareció el perro, Rocco, y me quedé pegado. Pegado hasta el punto final.
Si es por mí, Dan Fante podría ser hijo de una probeta, lo que vale es que es un gran escritor y que esta novela, publicada por Sajalín, es de lo mejor que he leído en los últimos años.
Narra ese momento crucial en el que su padre, que fue muriendo a plazos porque la diabetes lo llevó de amputación en amputación, da el último suspiro. Los días en que Bruno/Dan tiene que resolver si seguirá revolcándose en su odio, o cambia de vida y concreta lo que siempre quiso ser: escritor.
Cuando terminé de leer la novela supe que a veces tengo suerte, podía entrevistar a Dan Fante.
El encuentro se produjo en las oficinas de Sajalín. Un lugar poco recomendable para tipos como Fante y yo, que somos bajos, y nos encontramos rodeados de editores sobre el metro noventa. Mientras Mireya de Sagarra le hacía las fotos, yo observaba al escritor, un producto muy californiano: Botas tejanas, chupa de cuero marrón, sombrero de vaquero al tono, gafitas John Lennon y un pequeño aro de oro en la nariz.
Luego arranqué la entrevista preguntándole si era una maldición americana que muchos autores, como Chester Himes, Jim Thompson o él mismo, tuvieran que ser publicados en Francia para que los reconocieran en su país.
“Estuve muchos años buscando editor en mi país, pero no estaban preparados para este libro. Lo consideraban pornográfico. Además, están convencidos que los libros narrados en primera persona no son comerciales, que venden poco. Por suerte los franceses piensan de otra manera, están acostumbrados a leer este tipo de literatura y me publicaron”.
Le recuerdo que Bruno Dante, en medio de su crisis personal, inicia la lectura de varios libros pero los abandona, porque no vale la pena leer algo que no esté bien escrito.
Se encoje de hombros, como si no pudiera ser de otra manera:
“Hay que escribir bien. Yo no cuento historias de ficción, sino los temas que a mí me importan, y que a otra gente también le importan. Ni cuento de otros ni hago ficción”.
Creo haberlo agarrado en un renuncio y le recuerdo que ha dicho que piensa escribir una serie negra con un detective.
(Sonríe) “Sí, pero quiero un detective como Bruno Dante. Quiero ver cómo funciona un Bruno Dante en esas historias, y en Los Ángeles. (Ríe) Además, me gustaría escribir una historia que sea un éxito comercial. Alguna vez quiero ganar dinero escribiendo”.
Comento que algunos escritores dicen que necesitan beber para escribir, pero para dedicarse a escribir él dejo totalmente la bebida.
“Alguien dijo que el dolor no lo puedes evitar, lo llevas adentro, pero puedes evitar el sufrimiento. Escribir es un don de Dios. Estuve sufriendo cuarenta años, hasta que empecé a escribir y me siento muy bien. Si uno sufre escribiendo no tiene que hacerlo. Yo disfruto mucho y me permite vivir más aliviado, sin aquel peso.”
Entonces recuerdo a Rocco, el perro que me dejó pegado a su novela. Rocco es muy viejo y no sabe que su amo, el padre de Bruno, agoniza, pero de alguna manera lo sufre. Entonces Bruno Dante, en medio de su locura y su borrachera, se lo lleva al hospital para que vea a su padre por última vez. Y se lo queda. Primero a bordo del coche que le roba al hermano, y luego en otro que compra de segunda mano.
Pero Rocco está enfermo, y a poco también agoniza. Entonces Bruno, que huye de la muerte del padre, no lo abandona, lo acompaña hasta el final.
Digo que Bruno escapa del padre, pero vive su muerte a través de la muerte de Rocco, y eso le permite, al fin, reencontrarse con el padre odiado.
Deja el sombrero a un lado. Se acaricia la cabeza, rigurosamente afeitada y asiente.
“Es una alegoría”.
Digo que las alegorías, cuando se notan como alegorías, son una mierda.
Asiente otra vez.
“Es cierto, no deben notarse de ninguna manera. La historia de Rocco me permite poner algo de ternura, de comedia, en una historia dura, áspera. Bruno, con Rocco, puede mostrarse como no se muestra con su padre”.
Le señalo que su relato tiene una marca teatral que reconozco, porque cojeo de la misma pierna. Casi no hay espacio para la introspección, y todo funciona con acciones que se marcan con entradas y salidas de los personajes.
“Es una historia muy visual. Quería que se viera todo, incluyendo a Los Ángeles, que es uno de los personajes. Que se viera el mundo donde ellos viven.”
Uno de los puntos fuertes de Fante es, sin duda, la construcción de personajes, coloridos, pero creíbles; no simples máscaras. Menciono a la joven tartamuda que cuando se emborracha habla normalmente, y no para de hablar; al jefe de Bruno en la empresa que vende video citas para quien busca pareja; a las dos mujeres que entrevista, una estirada con mil cirugías y la otra inmensa, musculada, con grandes tetas y manos de hombre.
Ríe con ganas. Ríe mucho este tipo.
“A esa la conocí de verdad. Cuando vendía video-citas tuve que entrevistarla. Tenía unos cuarenta años. Era lesbiana y patinadora en unos circuitos profesionales donde corren mujeres, que se dan codazos y golpes toda la carrera. Yo estaba llenándole una ficha, larguísima, sobre sus gustos y deseos cuando me interrumpió. Dijo que nunca se había acostado con un hombre y que quería probar una vez. Que pagaba la inscripción a video-citas si me acostaba con ella. ¿Qué podía hacer? Me acosté con ella”.
Digo que un buen vendedor a veces tiene que sacrificarse y voy al tema con que comienza esta nota. Freud afirmaba que para madurar hay que matar al padre. Lo decía metafóricamente, pero se olvidó de advertirnos que el padre no muere nunca, que su sombra siempre estará allí. ¿Es difícil convivir con la sombra del padre?
“Desde que escribí esta novela ya no odio a mi padre. Yo creo que uno debería aprender a amar a su padre, en lugar de estar todo el tiempo recriminándole lo que hizo mal. Debe comprender que hizo lo que pudo, lo mejor que pudo, y dejar el odio”.
Miro a este hombre que se describe a sí mismo cuando retrata a Bruno Dante -bajo y con manos de campesino- y me digo que tardó cuarenta años en hacer ese cambio. Casi medio siglo, hectolitros de vino malo, locuras por mil y la negación de escribir, hasta que la muerte del padre y Rocco cambiaron el palo.
Bueno, tal vez la historia del perro es sólo literatura. Es que ya no sé si estoy hablando con Bruno Dante o con Dan Fante. Tal vez da lo mismo.
Este fragmento nos dice bastante del autor/personaje y su historia:
Fue en aquella casa donde aprendí lo que ocurre cuando un artista apasionado abandona lo que ama y acaba por detestarse a sí mismo. Allí fui testigo de sus borracheras. Allí lo vi tratar a sus seres queridos con desprecio y resentimiento, mientras las sumas de los cheques que cobraba eran cada vez más elevadas.
Habían pasado treinta años. Frente a aquella casa, sentado en la ranchera robada, con las Navidades a punto de llegar, pude imaginarme cómo Jonathan Dante debió de haber pasado las noches de verano. Cómo habría recorrido de una punta a la otra el balcón del dormitorio principal, con el vaso de whisky escocés apoyado en la barandilla, imprecando al cielo con sus puños de obrero; maldiciéndose a sí mismo y a Dios por haberle permitido cagarse en su talento a cambio de un cheque de Hollywood.
Chump Change, algo así como “trabajos de mierda”, es la primera novela de una trilogía.
Dos cosas:
Primera, no deje de leerla.
Segunda, prenda una vela para que a los de Sajalín les vaya bien en las ventas y editen las otras dos. Yo quiero leerlas.
Publicado el 9 de marzo en Sigueleyendo:
http://www.sigueleyendo.es/2011/03/09/escribir-es-un-don-de-dios/