Hace unos días, un amigo de Baires, se preguntaba cómo había hecho el violonchelista Yo Yo Ma para cazar el sonido Piazzolla en su CD “Soul of tango”. Con lo que me entraron ganas de contar dos historias de músicos, íntimamente ligadas.
Cualquier guitarrista sabe que si quiere tocar flamenco será mejor que fatigue unos cuantos días, con sus respectivas noches, codo a codo con alguno de los flamencos de verdad, porque hay toques que no se aprenden en el conservatorio.
Yo Yo Ma, considerado el mejor violonchelista del mundo, sabedor de lo que no sabía, aprovechó un viaje a Argentina para conocer a José Bragato, para tocar a su puerta y pedirle, con la sencillez de los grandes, que le enseñe los “yeites” (trucos) de arco y digitación que hacen el sonido Piazzolla, visto desde un violonchelo.
La amiga que me contó esta historia aseguraba que cuando Bragato se vio ante el chino pidiéndole que fuera su maestro, casi se cae de espaldas.
(Breve paréntesis: José Bragato, que como muchos argentinos nació en otra parte –a él le tocó Italia- fue “el” violonchelista de Astor; y lo acompaño hasta la última formación orquestal que tuvo Piazzolla antes morir.)
Ese es el secreto de “Soul of tango”. El saber que no se sabe, y no tener vergüenza de bajarse de la estatua para pedirle a un violonchelista del fin del mundo que sea su maestro.
Me acuerdo de esta historia cada vez que los mediocres –me incluyo, claro- hacen gala de no tener nada más que aprender.
Y en tren de Piazzolla y músicos, la otra historia, recibida de primera mano.
Cuando Astor Piazzolla quedó en ese estado que llaman “vegetativo”, tal vez por la falta de conciencia propia de las espinacas, Héctor Stamponi llegaba cada día hasta su casa.
Stamponi, pianista, compositor y prócer del tango, cada día se sentaba al piano, en la habitación contigua a donde el bandoneonista yacía, y tocaba. Tocaba la música que le gustaba a Piazzolla. Luego, más tarde, se despedía con un “hasta mañana, Astor” y retornaba caminando despacio; porque él tampoco estaba para muchos trotes.
Alguien, una vez, le dijo: Piazzolla está en coma ¿vos creés que te puede oír?
El contestó: Estoy seguro. Es un músico. ¿Cómo no me va a oír?
Y esa rutina se repitió, día tras día, sin que trascendiera porque a Héctor Stamponi lo mataba el pudor. Hasta que Astor se piró al cielo de los músicos.
Algún tiempo después se fue Stamponi.
Puedo imaginarlos: Astor, Stamponi, el gordo Troilo, Gardel, provocando las protestas de San Pedro porque trasnochan tupido, tocando, siempre tocando.
Son tipos raros, los músicos.
Cualquier guitarrista sabe que si quiere tocar flamenco será mejor que fatigue unos cuantos días, con sus respectivas noches, codo a codo con alguno de los flamencos de verdad, porque hay toques que no se aprenden en el conservatorio.
Yo Yo Ma, considerado el mejor violonchelista del mundo, sabedor de lo que no sabía, aprovechó un viaje a Argentina para conocer a José Bragato, para tocar a su puerta y pedirle, con la sencillez de los grandes, que le enseñe los “yeites” (trucos) de arco y digitación que hacen el sonido Piazzolla, visto desde un violonchelo.
La amiga que me contó esta historia aseguraba que cuando Bragato se vio ante el chino pidiéndole que fuera su maestro, casi se cae de espaldas.
(Breve paréntesis: José Bragato, que como muchos argentinos nació en otra parte –a él le tocó Italia- fue “el” violonchelista de Astor; y lo acompaño hasta la última formación orquestal que tuvo Piazzolla antes morir.)
Ese es el secreto de “Soul of tango”. El saber que no se sabe, y no tener vergüenza de bajarse de la estatua para pedirle a un violonchelista del fin del mundo que sea su maestro.
Me acuerdo de esta historia cada vez que los mediocres –me incluyo, claro- hacen gala de no tener nada más que aprender.
Y en tren de Piazzolla y músicos, la otra historia, recibida de primera mano.
Cuando Astor Piazzolla quedó en ese estado que llaman “vegetativo”, tal vez por la falta de conciencia propia de las espinacas, Héctor Stamponi llegaba cada día hasta su casa.
Stamponi, pianista, compositor y prócer del tango, cada día se sentaba al piano, en la habitación contigua a donde el bandoneonista yacía, y tocaba. Tocaba la música que le gustaba a Piazzolla. Luego, más tarde, se despedía con un “hasta mañana, Astor” y retornaba caminando despacio; porque él tampoco estaba para muchos trotes.
Alguien, una vez, le dijo: Piazzolla está en coma ¿vos creés que te puede oír?
El contestó: Estoy seguro. Es un músico. ¿Cómo no me va a oír?
Y esa rutina se repitió, día tras día, sin que trascendiera porque a Héctor Stamponi lo mataba el pudor. Hasta que Astor se piró al cielo de los músicos.
Algún tiempo después se fue Stamponi.
Puedo imaginarlos: Astor, Stamponi, el gordo Troilo, Gardel, provocando las protestas de San Pedro porque trasnochan tupido, tocando, siempre tocando.
Son tipos raros, los músicos.