Nos asombra que se haya construido una catedral en torno a los restos y riquezas de los Tres Reyes Magos cuando todo fue un asunto de márqueting, primitivo, pero márqueting (con la “g” que prohíbe la REA, perdón la RAE).
Hubo un tiempo en que se compraban, heredaban o robaban los altos puestos de la Iglesia Católica y cada obispo, abate o lo que fuera, montaba su quiosquito. Muchos descreídos, que los hay también no ateos, llaman a ese tiempo “de invención de las reliquias”.
Es comprensible. ¿Quién apostaría su alma y sus dineros en una iglesia sin garantía de santo a la vista? Y, si hay mercado, hay mercancía.
Así, por ejemplo, se han venerado por lo menos 15 prepucios de Cristo. Flaco que, de haber existido, cosa de la que no hay pruebas, se podía decir que tenía “muchos huevos”, pero nadie afirma que tuviera más de un pene.
Así también se adoraron cráneos de Cristo cuando era adulto y cuando era el Niño Jesús, o sea… que tenía cabezas de recambio.
Con las astillas pertenecientes a la cruz de Cristo se podría hacer un puente de madera para cruzar el Mediterráneo, y con los brazos, sangre, u otros miembros incorruptos de santos y santas se juntó y se junta más de una limosna.
Tal vez sea que los humanos creemos más en los fetiches que en la razón. Y estoy pensando en los juegos de escondidas con el cadáver de Eva Perón, el robo de las manos del mismo Perón, o los combates que rodearon la decisión de dónde se enterraban “definitivamente” los restos de ambos.
Lo real es que con la fe no se puede. No admite pruebas en contrario, y rechaza por ineficaces a aquellos que intentan desmontar creencias.
Por ejemplo los libros: “Por qué no podemos ser cristianos, y mucho menos católicos” de Piergiorgio Odifredi, o “La puta de Babilonia”, de Fernando Vallejo. El primero en plan más o menos distante, el segundo con un ataque desbocado e insultante.
Los dos vienen a confirmar que escribir o leer estos textos necesita de un a priori: la bronca contra la Iglesia y la negación de los mitos que propala. Con lo que demuestran su inocuidad. Convencer al ya convencido es innecesario, y a los otros, los que tienen fé, no los convence nadie, porque tampoco leerán estos libros.
Con la fé no se puede, y por eso la Iglesia no pide hogueras para esos libros o similares.
En fin, que como dijo un pragmático que anda por ahí: No creo en Dios, pero sí creo en la Iglesia, su poder no necesita de pruebas, con o sin reliquias.
Hubo un tiempo en que se compraban, heredaban o robaban los altos puestos de la Iglesia Católica y cada obispo, abate o lo que fuera, montaba su quiosquito. Muchos descreídos, que los hay también no ateos, llaman a ese tiempo “de invención de las reliquias”.
Es comprensible. ¿Quién apostaría su alma y sus dineros en una iglesia sin garantía de santo a la vista? Y, si hay mercado, hay mercancía.
Así, por ejemplo, se han venerado por lo menos 15 prepucios de Cristo. Flaco que, de haber existido, cosa de la que no hay pruebas, se podía decir que tenía “muchos huevos”, pero nadie afirma que tuviera más de un pene.
Así también se adoraron cráneos de Cristo cuando era adulto y cuando era el Niño Jesús, o sea… que tenía cabezas de recambio.
Con las astillas pertenecientes a la cruz de Cristo se podría hacer un puente de madera para cruzar el Mediterráneo, y con los brazos, sangre, u otros miembros incorruptos de santos y santas se juntó y se junta más de una limosna.
Tal vez sea que los humanos creemos más en los fetiches que en la razón. Y estoy pensando en los juegos de escondidas con el cadáver de Eva Perón, el robo de las manos del mismo Perón, o los combates que rodearon la decisión de dónde se enterraban “definitivamente” los restos de ambos.
Lo real es que con la fe no se puede. No admite pruebas en contrario, y rechaza por ineficaces a aquellos que intentan desmontar creencias.
Por ejemplo los libros: “Por qué no podemos ser cristianos, y mucho menos católicos” de Piergiorgio Odifredi, o “La puta de Babilonia”, de Fernando Vallejo. El primero en plan más o menos distante, el segundo con un ataque desbocado e insultante.
Los dos vienen a confirmar que escribir o leer estos textos necesita de un a priori: la bronca contra la Iglesia y la negación de los mitos que propala. Con lo que demuestran su inocuidad. Convencer al ya convencido es innecesario, y a los otros, los que tienen fé, no los convence nadie, porque tampoco leerán estos libros.
Con la fé no se puede, y por eso la Iglesia no pide hogueras para esos libros o similares.
En fin, que como dijo un pragmático que anda por ahí: No creo en Dios, pero sí creo en la Iglesia, su poder no necesita de pruebas, con o sin reliquias.