lunes, 23 de mayo de 2011

DE CEROS E INFINITOS

Cuando partí de Argentina tenía que dejar atrás mi biblioteca, y era una pérdida difícil. Siempre nuestras estanterías acumulan más que libros, querencias. Discutir si son buenos o malos libros, los peores o los mejores, carece de sentido: conservamos aquellos que de una manera u otra nos han dejado huella.
Era cuestión de elegir para que la mochila no fuera pesada. Como en esa pregunta boba que suelen hacernos: ¿qué libros te llevarías a una isla desierta?
Los míos fueron tres. El hombre malo de Bodie de Doctorow, De la guerra, de Sun Tzu y El cero y el infinito de Arthur Koestler. El primero porque es la mejor, o tal vez la única, novela negra ambientada en el Far West. El segundo, porque el gran maestro chino hace sencillo lo complejo. Y el tercero, una novela, porque quiero leerla de tanto en tanto, para ver si un día encuentro la respuesta a la pregunta maldita. ¿Cuál? Ya llegaremos.
Por estos días se ha reeditado El cero y el infinito y, paralelamente, una biografía de Arthur Koestler. A mí las biografías no me interesan. No sé por qué, pero no me interesan, y sí mucho esta novela, corta, donde la ficción sintetiza y reflexiona desde la experiencia.
Primera advertencia: El cero y el infinito no es un libro para “progres”. Y cuando digo “progres” me refiero a esos millones que, llenos de buena voluntad, creen que se puede hacer una revolución para cambiar el mundo sin enterrar las manos en la mierda.
El cero y el infinito es un libro para los otros. Para aquellos que no reservaron su alma para santos paraísos y pactaron con el diablo cada vez que fue necesario.
Sólo desde allí, desde la experiencia, es posible conectarse en profundidad con el mejor libro de Arthur Koestler. El más profundo y falto de piedad. No hacia los otros, sino hacia el uno mismo.
La historia comienza cuando la puerta de la celda se cierra a las espaldas de Rubashov.
Ha sido uno de los hombres que estuvo en el corazón de la Revolución Rusa, y sabe que de esa cárcel no saldrá con vida. Son tiempos de Stalin y todos sus compañeros de ruta, o casi todos, han sido eliminados.
Entonces, recuperando los pasos propios del preso en todas la cárceles de todos los tiempos, irá delineando la pregunta: ¿Se podría haber hecho de otra manera?
Cada uno de aquellos con los que habla –un preso que cree que está allí por equivocación y que pronto se darán cuenta, otro preso con el que discute con golpes en la pared, los guardias y sus interrogadores- lo hunde más en la pregunta maldita: ¿Se podría haber hecho de otra manera?
Un interrogante que encierra varios más: ¿Puede el Hombre ser bueno sin la zanahoria y el garrote? ¿Era inevitable la caza del otro? ¿El triunfo siempre termina con una bala en la cabeza?
Arthur Koestler, para sonrojo de quienes luego compramos el cuento de los Reyes Magos, comenzó a escribir esta historia en 1938, para publicarla en el 40. Comprometido militante de la internacional comunista se había jugado la piel en muchos escenarios, incluyendo España.
Seguramente la pregunta que Rubashov no logra contestarse fue previa a la escritura. Tal vez Koestler llegó a una respuesta. Tal vez el interrogante lo acompañó hasta ese día en que puso fin a su vida. Quién sabe.
Segunda y última advertencia: Quien espere encontrar en El cero y el infinito una visión optimista del Hombre, que deje atrás toda esperanza.
P.D: Hace unos años escribí para una revista francesa una parodia/homenaje a este libro, titulada “Entre la puerta y la pared”. Este es el link donde se lee en castellano:
http://raulargemi.blogspot.com/2007/02/entre-la-puerta-y-la-pared.html



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1 comentario:

miguel dijo...

El tipo ¿no parece un porteño de los '40, peinado con Brancato, recién perfumado y listo para salir rumboso al Chantecler? ¡ Un tipo que va caminando por la avenida Corrientes, las manos en los bolsillos del pantalón,silbando "Naranjo en flor"?