domingo, 6 de marzo de 2011

EL SILENCIO DE LOS HOMBRES

Laurent Mauvignier es el autor de la magnífica novela titulada Hombres, que acaba de publicar Anagrama. Su padre fue uno de aquellos jóvenes que, cuando les tocaba la “mili”, fueron cruzados a Argelia y sumergidos en una guerra sucia que pocos quieren recordar. Tenían 20 años.
Hombres coloca a dos de aquellos tipos, Bernard y Rabut, en este tiempo, cuando ya tienen 62 años. Cuarenta años de malos sueños y silencios impuestos. Un incidente trivial dispara la violencia contenida en Bernard, también llamado “Humo de leña” por el olor a humo y mugre que lo impregna. Entonces la voz de Rabut narra. Desde el hoy, y desde ese pasado en Argelia.
Con Laurent Mauvignier repasamos los temas que subyacen y construyen su novela, mezclando párrafos de la obra con las respuestas del autor.

EL SILENCIO
En Hombres: Y yo, como los demás, leí el periódico y vi en el periódico que todo había terminado, que Argelia ya no era francesa, que se había perdido la guerra, pero en el bar nadie hizo alusión a eso. Está los viejos que juegan a las cartas. Está el calor y la cuestión de saber si habrá suficiente forraje todo el verano.
Yo, cuando voy al bar, los que no me han visto en mucho tiempo me miran y me dicen que he adelgazado, y que ahora parezco un hombre.
Sí, es eso, soy un hombre.
Preguntan como era Argelia, y a veces los que se interesan dicen que es una pena, todo aquello para nada. Sin embargo, se alegran de que todo haya terminado, y después. Y después pasan a otra cosa.

Mauvignier: “Hace muy poco tiempo que se ha empezado a hablar, en Francia, de la guerra en Argelia. Solamente hoy, cuando aquellos soldados son jubilados que se reúnen, sale el tema. Durante años, los que volvieron de la guerra guardaron silencio. Por lo suyo y porque los otros no querían oír lo que podían contar”.

VERDÚN-ARGELIA
En Hombres: Eso sí, teníamos los brazos llenos de regalos, de exotismo, de ultramar, de tarjetas postales y estrellas en los ojos cuando nos decían, para que los viejos dejaran de refunfuñar, que, pese a todo:
Lo vuestro no fue como Verdún.

Mauvignier: “Hubo algo así como una tradición, una manera de hacerse hombre, y de allí el título de la novela. Para los abuelos fue la Primera Guerra Mundial, Verdún. Para los padres, la Segunda Guerra Mundial, y para aquellos jóvenes quedó Argelia. Dos grandes guerras, y una pequeña guerra, plena de horror, que era mejor olvidar. Eso también pesó en los que volvieron derrotados”.

LOS VETERANOS
En Hombres: Y Rabut puede verse ahora sentado en la cama, molido, el cuerpo molido por los años y la familia, todas aquellas bodas, aquellos nacimientos, aquellas comuniones y aquellas comilonas con los veteranos de África del Norte, los corderos a la brasa, la nostalgia de algo perdido allá, quizá la juventud, porque por fuerza se embellecen quizá incluso los recuerdos que se preferiría olvidar y de los que es imposible librarse, ¿realmente nunca? En consecuencia se transforman, se cuentan anécdotas, aunque también es bueno saber que no fueron solos allá y, de tarde en tarde, poder reír con los demás, dado que sólo por la noche se les humedecen las manos y afrontan fantasmas.

Mauvignier: “Rabut y Bernard eran muy jóvenes, como tantos otros que fueron a la mili para encontrarse en el medio de una guerra que los transformaría. Unos, como Bernard, ya llevaban dentro la furia y la rabia. Otros, como Rabut, tenían la capacidad de reflexionar, y ver en qué se iban convirtiendo. Hoy, ya viejos, cuando ya pueden hablar, las torturas, el horror, pueden verse de otra manera. Pero para los otros sigue siendo algo difícil de asimilar”.

LAS FOTOS
En Hombres: … sí, me chocó ver entre las fotos enmarcadas de las paredes no las fotos de sus hijos, sino sólo la de la niña con la que jugaba en Argelia…? Dios mío, recordar aquello, volver a pensar en la niña con su moño y un nombre árabe que ya he olvidado, sus zapatillas y su pelerina abotonada hasta el cuello, y esas imágenes en que se la ve, seria, concentrada, en una foto suya, aquella donde está la cara, en el centro mismo de la imagen, delante de la ventana de una casa (se ve un arriate muy poblado y la pared leprosa, el visillo dentro, ventana abierta, ella en su patinete con el rostro ligeramente vuelto hacia su derecha, hacia donde su sombra cubre la grava.

Mauvignier: “Yo he visto, he convivido con la foto de la niña del patinete. Mi padre, como otros que volvieron de Argelia, tenía fotos. En la playa, sonriendo, con sus uniformes, con amigos… la guerra no aparecía por ningún lado. Parecían fotos de vacaciones. Esas fotos eran todo lo contrario de lo que habían vivido, sin embargo… Así son las fotos que Bernard ha puesto en su pared. Una manera de no nombrar la muerte”.

SILENCIO II
En Hombres: Y me acuerdo de la vergüenza que sentía cuando volví de allá y cuando volvimos todos, uno tras otro, menos Bernard: él por lo menos habrá evitado la humillación de volver aquí y comportarse como nosotros, callar, enseñar las fotos, sí, el sol, bonitos paisajes, el mar, trajes folclóricos y paisajes de vacaciones para conservar un fragmento de sol en la cabeza, pero la guerra, no, la guerra no, no ha habido guerra; y las fotos, por más que las mire nuevamente y busque al menos una sola, una sola que pudiera decirme:
La guerra es eso, se parece a eso…

Mauvignier: “Todo este tiempo en que se prefirió el silencio, no saber, produjo mucho daño. Dementes, alcohólicos, dolor. Ahora empieza a ser distinto. Cuando hice la gira de promoción por Francia se me acercó mucha gente. Hijos y nietos de aquellos soldados. Gente que me pedía que dedicara el libro a sus muertos, tal vez como una manera de recuperarlos, como para recordar que a esa guerra no fueron solos, que no eligieron ir, que los enviaron cuando eran muy jóvenes y no querían la guerra. Una guerra que sacó afuera lo peor de cada uno y los convirtió en sus víctimas”.


Publicada en Sigueleyendo el 28 de enero de 2011.


http://www.sigueleyendo.es/2011/01/28/el-silencio-de-los-hombres/




LA VUELTA DEL PIRATA LIBERTARIO

Transcurre 1877. Con canas, cercanos a los 60 años y con las marcas que deja una vida guerrera, Sandokán y Yáñez tienen que abandonar el retiro porque un enemigo misterioso y cruel, que destruye poblaciones enteras, los tiene en la mira. Y se corre la voz esperanzada por los poblados de Borneo, los mercados malayos y las olas del mar de Célebes: ¡vuelve el Tigre de Malasia!
Vuelve, sí, con un velero de dos palos, motores y potente artillería camuflada bajo cubierta. Vuelve, con un anciano y desdentado Samblion, su contramaestre de antiguas correrías a bordo de “El Mariana”. Retorna de la mano de Paco Ignacio Taibo II -PIT II, para ahorrar distancias- con la novela El regreso de los Tigres de Malasia, que acaba de presentar Planeta en España.
Hace ya muchos años que Emilio Salgari, condenado a escribir 22 páginas cada día para vivir miserablemente, se suicidó rajándose el vientre con una daga oxidada. Dejaba una carta que apuntaba acusadora a sus editores, enriquecidos con las aventuras de su héroe, Sandokán. Muerto Salgari, varios autores, con dispar suerte, continuaron la zaga, pero un día fue pasado. Hasta hoy. ¿Que lleva a un escritor a resucitar, con su propia voz, al apasionado Tigre de Malasia? Conversamos con PIT II caminando Barcelona y en Casa Leopoldo, donde había estado por última vez hace quince años, compartiendo platos con Manuel Vázquez Montalbán.

-Sabemos de tu pasión por Sandokán, pero ¿cuando se gestó esta necesidad de volverlo a la vida?
-Cuando yo tenía nueve años, y me contagió su profundo antiimperialismo. Me descubrió la despiadada presencia de los imperios en todo el mundo, haciendo negocios a costa de lo que fuera, como la guerra del opio en China. Salgari no fue valorado, en su tiempo, por los cultos, que preferían a Verne. Lo tenían como un escritor de segunda, pero su mirada sobre el papel de los imperios lo muestra más lucido que muchos otros. Es bueno recordarlo, porque los imperios siguen allí, no es algo del pasado.

-Dices en el prólogo de este libro que prefieres a Salgari que a su opuesto, Julio Verne. Sin embargo Verne tiene al capitán Nemo, a bordo del Nautilus, empeñado en una guerra antisistema.
-Son muy distintos. Nemo es un nihilista y Sandokán un anarco libertario. Uno, solitario, quiere cargarse todo el otro conecta con la gente, con los pueblos, es solidario. Además, Verne era insoportablemente pedagógico, demasiado reflexivo, en tanto que Salgari describe a sus personajes en la acción, algo propio de la literatura moderna. Desde los nueve años supe que estaba del lado de Salgari (Ríe) Y si uno no puede ser pirata, al menos puede escribir otra aventura de Sandokán.

-Puestos a escudriñar, se presenta el interrogante: ¿Cuánto hay tuyo y cuanto de Salgari en esta resurrección de los Tigres de Malasia?
-Hace poco, creo que cuando lo presentamos en Buenos Aires, me preguntaron sobre este Sandokán, de Salgari. Y dije: ¿De Salgari? ¡Este es mío! Es que la literatura se alimenta de sí misma todo el tiempo, es inevitable la intertextualidad. Todos los libros que hemos leído están en nosotros y tomamos cosas de unos y de otros sin darnos cuenta. Este Sandokán es el que creó Salgari, pero en esta novela es mío. La misma esencia antiimperialista, pero profundizando en el mundo en que se movía como, estoy seguro, hubiera querido hacer Salgari, pero no pudo.

-Está claro que PIT II y Sandokán coinciden en la condena a los imperios. En su novela, Yáñez, el compañero de luchas del Tigre de Malasia, descarga ácidas ironías sobre los ingleses y la reina Victoria.
-Sí, no sé de dónde saca tanto odio. (Ríe) Los imperios hicieron verdaderas atrocidades en nombre de un antagonismo falso: civilización o barbarie. Lo dice Yáñez: cuando en la India florecían las artes, los templos y la civilización, los ingleses todavía eran primitivos.

-Es de suponer que te has divertido mucho escribiendo esta novela, porque está llena de homenajes, como el que hace a Federico Engels y la Comuna de París. O presencias, como la de Kipling o el Hombre Ilustrado de Bradbury.
-Es cierto, me he divertido mucho. Primero releyendo todas las novelas de Salgari, y libros de viaje, diccionarios de armas, historia de ese tiempo, muchos documentos, para llegar a la conclusión de que si Salgari había escrito con poca información y dudosos mapas ¿por qué yo iba a hacer algo distinto? Así que jugué mucho, cruzando historia y ficción. La ficción es una herramienta inmejorable.

-Olvidaba un homenaje muy especial a un malo de novela, el profesor Moriarty, enemigo de Sherlock Holmes.
-Es notable que siendo el más malo de los malos en las novelas de Sherlock Holmes apenas se dice nada de él. Por supuesto, como lo necesitaba para este regreso de Sandokán, me lo tuve que inventar. (Ríe)

-En las novelas, digamos originales, Yáñez, el europeo renegado y Sandokán el visceral, no tienen una vida sexual muy activa. La pasión trágica de Sandokán por Mariana está sublimada en términos hiperrománticos. ¿Eran piratas o ascetas?
-Había cosas de las que Salgari no podía hablar, porque sus lectores eran poco más que adolescentes, pero yo sí. Por eso los envío un par de veces a prostíbulos asiáticos y, cómo no, integro el Kama Sutra a la zaga salgariana. ¿Reprimidos en la India, con una cultura de la sensualidad muy refinada? ¡Eso quedaba para las abuelitas inglesas! (Ríe)


A los postres, Paco Ignacio Taibo II recordaba aquella vez en que recaló en Casa Leopoldo con “Manolo”. Éste, para justificar ante los dueños que reemplazara el vino por su habitual Coca-Cola argumentó que el astur-mexicano acaba de salir del siquiátrico y estaba un poco loco. ¿Esta resurrección de Sandokán demuestra que tenía razón? Si es así, la edición de El Regreso de los Tigres de la Malasia en Latinoamérica, España e Italia, indica que los locos pueden ser multitud. Como diría Sandokán: lectores ¡al abordaje!


Publicada en Sigueleyendo, el 24 de enero de 2011.


http://www.sigueleyendo.es/2011/01/24/vuelta-del-pirata-libertario/