Laurent Mauvignier es el autor de la magnífica novela titulada Hombres, que acaba de publicar Anagrama. Su padre fue uno de aquellos jóvenes que, cuando les tocaba la “mili”, fueron cruzados a Argelia y sumergidos en una guerra sucia que pocos quieren recordar. Tenían 20 años.
Hombres coloca a dos de aquellos tipos, Bernard y Rabut, en este tiempo, cuando ya tienen 62 años. Cuarenta años de malos sueños y silencios impuestos. Un incidente trivial dispara la violencia contenida en Bernard, también llamado “Humo de leña” por el olor a humo y mugre que lo impregna. Entonces la voz de Rabut narra. Desde el hoy, y desde ese pasado en Argelia.
Con Laurent Mauvignier repasamos los temas que subyacen y construyen su novela, mezclando párrafos de la obra con las respuestas del autor.
EL SILENCIO
En Hombres: Y yo, como los demás, leí el periódico y vi en el periódico que todo había terminado, que Argelia ya no era francesa, que se había perdido la guerra, pero en el bar nadie hizo alusión a eso. Está los viejos que juegan a las cartas. Está el calor y la cuestión de saber si habrá suficiente forraje todo el verano.
Yo, cuando voy al bar, los que no me han visto en mucho tiempo me miran y me dicen que he adelgazado, y que ahora parezco un hombre.
Sí, es eso, soy un hombre.
Preguntan como era Argelia, y a veces los que se interesan dicen que es una pena, todo aquello para nada. Sin embargo, se alegran de que todo haya terminado, y después. Y después pasan a otra cosa.
Mauvignier: “Hace muy poco tiempo que se ha empezado a hablar, en Francia, de la guerra en Argelia. Solamente hoy, cuando aquellos soldados son jubilados que se reúnen, sale el tema. Durante años, los que volvieron de la guerra guardaron silencio. Por lo suyo y porque los otros no querían oír lo que podían contar”.
VERDÚN-ARGELIA
En Hombres: Eso sí, teníamos los brazos llenos de regalos, de exotismo, de ultramar, de tarjetas postales y estrellas en los ojos cuando nos decían, para que los viejos dejaran de refunfuñar, que, pese a todo:
Lo vuestro no fue como Verdún.
Mauvignier: “Hubo algo así como una tradición, una manera de hacerse hombre, y de allí el título de la novela. Para los abuelos fue la Primera Guerra Mundial, Verdún. Para los padres, la Segunda Guerra Mundial, y para aquellos jóvenes quedó Argelia. Dos grandes guerras, y una pequeña guerra, plena de horror, que era mejor olvidar. Eso también pesó en los que volvieron derrotados”.
LOS VETERANOS
En Hombres: Y Rabut puede verse ahora sentado en la cama, molido, el cuerpo molido por los años y la familia, todas aquellas bodas, aquellos nacimientos, aquellas comuniones y aquellas comilonas con los veteranos de África del Norte, los corderos a la brasa, la nostalgia de algo perdido allá, quizá la juventud, porque por fuerza se embellecen quizá incluso los recuerdos que se preferiría olvidar y de los que es imposible librarse, ¿realmente nunca? En consecuencia se transforman, se cuentan anécdotas, aunque también es bueno saber que no fueron solos allá y, de tarde en tarde, poder reír con los demás, dado que sólo por la noche se les humedecen las manos y afrontan fantasmas.
Mauvignier: “Rabut y Bernard eran muy jóvenes, como tantos otros que fueron a la mili para encontrarse en el medio de una guerra que los transformaría. Unos, como Bernard, ya llevaban dentro la furia y la rabia. Otros, como Rabut, tenían la capacidad de reflexionar, y ver en qué se iban convirtiendo. Hoy, ya viejos, cuando ya pueden hablar, las torturas, el horror, pueden verse de otra manera. Pero para los otros sigue siendo algo difícil de asimilar”.
LAS FOTOS
En Hombres: … sí, me chocó ver entre las fotos enmarcadas de las paredes no las fotos de sus hijos, sino sólo la de la niña con la que jugaba en Argelia…? Dios mío, recordar aquello, volver a pensar en la niña con su moño y un nombre árabe que ya he olvidado, sus zapatillas y su pelerina abotonada hasta el cuello, y esas imágenes en que se la ve, seria, concentrada, en una foto suya, aquella donde está la cara, en el centro mismo de la imagen, delante de la ventana de una casa (se ve un arriate muy poblado y la pared leprosa, el visillo dentro, ventana abierta, ella en su patinete con el rostro ligeramente vuelto hacia su derecha, hacia donde su sombra cubre la grava.
Mauvignier: “Yo he visto, he convivido con la foto de la niña del patinete. Mi padre, como otros que volvieron de Argelia, tenía fotos. En la playa, sonriendo, con sus uniformes, con amigos… la guerra no aparecía por ningún lado. Parecían fotos de vacaciones. Esas fotos eran todo lo contrario de lo que habían vivido, sin embargo… Así son las fotos que Bernard ha puesto en su pared. Una manera de no nombrar la muerte”.
SILENCIO II
En Hombres: Y me acuerdo de la vergüenza que sentía cuando volví de allá y cuando volvimos todos, uno tras otro, menos Bernard: él por lo menos habrá evitado la humillación de volver aquí y comportarse como nosotros, callar, enseñar las fotos, sí, el sol, bonitos paisajes, el mar, trajes folclóricos y paisajes de vacaciones para conservar un fragmento de sol en la cabeza, pero la guerra, no, la guerra no, no ha habido guerra; y las fotos, por más que las mire nuevamente y busque al menos una sola, una sola que pudiera decirme:
La guerra es eso, se parece a eso…
Mauvignier: “Todo este tiempo en que se prefirió el silencio, no saber, produjo mucho daño. Dementes, alcohólicos, dolor. Ahora empieza a ser distinto. Cuando hice la gira de promoción por Francia se me acercó mucha gente. Hijos y nietos de aquellos soldados. Gente que me pedía que dedicara el libro a sus muertos, tal vez como una manera de recuperarlos, como para recordar que a esa guerra no fueron solos, que no eligieron ir, que los enviaron cuando eran muy jóvenes y no querían la guerra. Una guerra que sacó afuera lo peor de cada uno y los convirtió en sus víctimas”.
Publicada en Sigueleyendo el 28 de enero de 2011.
http://www.sigueleyendo.es/2011/01/28/el-silencio-de-los-hombres/
domingo, 6 de marzo de 2011
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