sábado, 16 de mayo de 2009

¿Para qué el perro?



Hay noticias que a uno lo sumergen en la meditación trascendental. Por ejemplo.
El ayuntamiento de Girona se decidió a modificar la ordenanza que preveía multas para quien no sacara a pasear al perro al menos 20 minutos por día.
El cambio está en que los técnicos no se ponen de acuerdo a cerca de cuánto tiempo necesita un pichicho para ser feliz, porque 20 minutos para un galgo de carreras es poco, y para un pequinés faldero una maratón. Por eso sacan lo del minutaje, pero queda la obligación y las multas, porque, está claro, el perro tiene derecho a cagar ¿y dónde quiere que lo haga, junto al televisor?
Entonces salgo a la calle y me viene lo de la filosofía existencial. A cada tanto me encuentro con gente juntando con bolsita, papelito o lo que sea, la mierda que su perro acaba de depositar sobre las baldosas; y me ataca una arcada.
Hoy, pensando en que la obligación de juntar la mierda de tu pichicho tendría que haber disminuido la cantidad de perros cautivos, y no ha sido así, concluyo que la gente quiere tener perro porque lo que le gusta es jugar con la caca, meterla en una bolsita y llevársela en el bolsillo.
Propuesta superadora: que los ayuntamientos siembren las veredas (aceras) con cacas varias para que la gente se realice juntándolas y se ahorren los gastos de mantener un perro.


¡Qué me vas a contar!

Otra noticia, menos sorprendente que la anterior. Barak Obama prohibe que se muestren las fotos de sus compatriotas torturando prisioneros y, lo peor, rehabilita los tribunales militares para Guantamo, o donde sean necesarios, agrego yo. ¿Qué esperaban que hiciera? ¿La revolución socialista? Pues no, Superman nunca deja de cabalgar.

lunes, 11 de mayo de 2009

Los grones de Sandokán

Será porque no voy a bordo de ninguno de los barcos secuestrados, pero empiezan a caerme graciosos los piratas costeros de Somalia. Tienen a todo el mundo un poco loco, paseando fragatas, aviones, patrulleras, radares y satélites con un costo tan demencial que uno se pregunta si vale la pena; o si todo es un chiste.
¿Cuál es el chiste? Tiene muchas vueltas, pero, digamos que bandas de “grones” de un país “zaparrastroso”, con cuatro fierros de infantería y unos botes de ocasión, le tocan la nariz a los que mandan. Y los de la nariz se pierden en preguntas como quién les pasa el dato sobre los barcos: Qué llevan y cuando pasarán, por ejemplo. Como en los robos de barrio, se preguntan quién, en Londres, les bate los “target”. Porque, como diría un comisario en aprendizaje: siempre hay un entregador.
Vaya… ¿No será que los grones o sus jefes saben usar internet? ¿Que se meten en las páginas públicas –o no tanto- de las bolsas, el movimiento marítimo, puertos y todo eso que está al alcance de cualquiera? ¿Mire si internet viene a ser como estar oteando desde lo alto del mangrullo, o las barbacanas, y no hay flecha que le dé en el ojo?
Nada que hacer, desde que se inventó la electricidad Sandokán lo mandó a Yañez a aprender cibernética y cambió el viento en las velas por unos fuera-borda de carrera.