miércoles, 19 de octubre de 2011

ASI COMO TE LO CUENTO


Amigos: La verdadera historia de Gretel y su hermano, en la colección Bichos de Sigueleyendo. Si creían que sabían todo sobre Hansel y Gretel, estaban equivocados; todo fue más heavy.
¿Qué es Bichos? Relatos. Relatos originales de autores de Argentina, México, Cuba y España que reescribieron, para adultos y para esta colección, alguna de las tradicionales historias (supuestamente) para niños, como Cenicienta, Caperucita Roja, La bella durmiente o El flautista de Hamelin.
Relatos que se pueden descargar a 1 euro y le llegan en dos formatos: PDF para los tradicionalistas y EPUB para los emigrados a la lectura digital; que se pueden leer en cualquier trasto de la era post dinosaurios.
Ahora, fresquito, pinche, compre y lea:


martes, 4 de octubre de 2011

HAY QUE MANTENER EL ESTILO

Por estos días, cuando España comienza a hervir a fuego lento, con algunas movilizaciones, recordé una foto que colgué en este blog hace un par de años. La tomaron cuando en Argentina se produjo el enfrentamiento entre el gobierno y “el campo”. (Con comillas para definir ese frente que juntó a agricultores chicos y grandes terratenientes)

Como la “cacerolada” ya se ha hecho universal, los del campo hicieron una en la Plaza de Mayo. Allí se sumaron los de buena voluntad y los dueños de la tierra. Tal vez la señora de la foto cabe en las dos categorías, su sirvienta no sé.

En todo caso la recuerdo hoy como un aporte a las luchas reivindicativas de España. Porque todos sabemos que los indignados a mucha gente no le caen bien, tal vez porque a veces parecen jipis u ocupas, con sus carpitas sin baño privado en cualquier plaza. La foto demuestra que se puede ser fino, educado y pijo, al mismo tiempo que muy combativo.

Señoras mías, una reflexión: La clave es la vestimenta. Que quede bien claro quién es quién. Hay que mantener el estilo aunque vengan degollando.

jueves, 11 de agosto de 2011

EL HOMBRE DEL PANAMÁ


El título corresponde al relato que he publicado hace unos días en el libro que regala cada año la Semana Negra al público asistente a la presentación. El tema convocante de este año fue "La frontera".
Comienza así:

Cuando descubrió en esa mesa a quien llamaría el hombre del panamá, estaba bajo la sombra de la galería, jugando un solitario. Como si tuviera por delante todo el tiempo del mundo. Se le ocurrió que ya la había visto antes, pero solo pudo ser en alguna película. Con ese traje de hilo crudo y el sombrero de panamá, se había escapado de una cinta de Hollywood, con fronteras, fugados del mundo y amores contrariados bajo un sol de fuego y selva.

Y bien. Ahí estaba también él. En la frontera, bajo un sol de fuego, la selva por todas partes y sin tener siquiera el consuelo de un amor perdido.

Para leer completo "El hombre del panamá" pinche, como siempre, a la derecha, donde dice Libresdelibro. O si no, pinche este link.

http://libresdelibro.blogspot.com/

jueves, 16 de junio de 2011

Borges, el socarrón

.
Leer a Jorge Luis Borges sin tener en cuenta que fue un asiduo practicante de eso que pasa por humor británico, y que tanto tiene que ver con la socarronería y el sentido del ridículo que tiene la gente de campo en Argentina, es perderse una de sus principales claves.

Pese al gesto de perdido en la nebulosa que le impuso la ceguera, fue una de las mentes más lúcidas de las letras hispanoamericanas. Esto no es una valoración ni ética, ni moral, es una constatación. En qué empleaba su lucidez, su ironía y todo su filo, es una cuestión distinta, y siempre opinable.

En todo caso, como el que siembra vientos cosecha tempestades y donde las dan las toman, para ponernos tópicos a los 25 años de su muerte, más de una vez tuvo que soportar la ironía ajena. Por ejemplo, cuando en pleno gobierno peronista, cuando él se mostraba incisivamente contra, le cambiaron el destino de su trabajo en la cultura para nombrarlo “inspector de huevos y aves” en las ferias municipales.

O la otra ironía, quien sabe si con intención o por pavada, que es su tumba en Suiza. Cuando él siempre había deseado una lápida sencilla, preferiblemente en el cementerio de la Recoleta, sólo con las dos fechas de entrada y salida de este mundo, lo entierran en Suiza, bajo un aparato ornado con runas y guerreros tal vez celtas, tal vez nórdicos; como los edredones y alguna tónica.

Aparte de esa clase de humor hacia adentro, de reírse sólo, sin necesidad de que el otro aplauda el chiste, hay que recordar que Borges era un bicho de biblioteca. Un bicho criado entre libros, pero con el mandato de un mundo que llegaba a la ciudad desde la pampa bárbara, desde los códigos elementales que rigen la vida y la muerte.


Para leer esta nota completa, y ligar con cinco relatos de Borges, pinche en Sigueleyendo.


Para entrar a toda la página este es el link.


miércoles, 1 de junio de 2011

SKÁRMETA: TODOS A UNA


A veces los dictadores meten la pata. En 1988, Augusto Pinochet decidió que era hora de darle un barniz democrático a su dictadura, y convocó a un plebiscito. Si ganaba el “Sí”, seguiría gobernando ocho años más, por la voluntad de los chilenos. Si ganaba el “No”, prometía convocar a elecciones a corto plazo. Es un hecho histórico que ganó el “No”, con más del 50% de los votos, y hubo elecciones. Condicionadas, pero eso es ya otro cantar.

Antonio Skármeta, con Los días del arcoíris, se propone una recreación ficcional de lo que sucedió en aquel plebiscito. Con un atractivo cruce entre los hechos reales y la imaginación, logra una novela que se lee sin esfuerzo y que consigue lo que tal vez se propone: decirnos que, a veces, los dictadores sucumben ante la alegría. En algún momento de la lectura me vino un rebote de la memoria, y me encontré pensando en la peli de los Beatles El submarino amarillo. Allí también la música y la creatividad lograban derrotar a los amargos Azules.

Para leer esta nota completa, y alegrarse con los dos videos que la completan pinche aca, en Sigueleyendo.

PATRICIO PRON Y LA LLUVIA


El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia es un libro potente, sólido, con la marca de uno de los autores jóvenes más interesantes que ha parido Argentina, y modelado su tránsito por el mundo. También es de difícil clasificación, si no se apela a ese híbrido tantas veces mencionado que es la “novela de no ficción”. Patricio Pron emprende una expedición al pasado, suyo y de sus padres, recuperando la memoria de una de las etapas más crueles de Argentina. Se expone y expone para entender qué fue de su generación y de quienes la gestaron. El hecho que lo puso en marcha fue la posible muerte de su padre, que lo llevó al pueblo donde vive su familia, con la urgencia de responderse interrogantes postergados.

–Una frase del libro da origen a su título, y a la idea de que hay allí una especie de conclusión después de haberte hecho muchas preguntas. Dice que el espíritu de tus padres “iba a seguir subiendo en la lluvia hasta tomar el cielo por asalto”.
– (Sonríe) Esa es mi versión un poco marxista de unos versos que tomé de Dylan Thomas. Es cierto que en este trabajo llegué a la conclusión de que mis padres y yo tenemos mucho en común, pero la idea no era cerrar nada. Todo lo contrario; quería abrir la historia reciente de Argentina, la mía, la de mis padres y la de muchos, dejando que el lector saque sus propias conclusiones. No tengo la intención de cerrar ninguna herida, sino de abrirla para ver qué hay adentro.

Para leer esta nota completa pinche aca, en Sigueleyendo.

lunes, 23 de mayo de 2011

AJUSTE DE CUENTAS CON EL PASADO

El ruido de las cosas al caer, premio Alfaguara de novela 2011, toma de la mano al lector en las primeras líneas y no lo suelta hasta el final. Sorprende encontrarse con que Juan Gabriel Vásquez tiene aspecto de joven de familia bien, cuando correspondería más el de un curtido escritor con obras completas a la vuelta de la esquina. Por si no se entiende, quiero decir que es una obra madura, que soporta con largueza la lectura más escrutadora.
Se podría resumir diciendo que es la narración de un hombre que creyó conocer a otro hombre, hasta que un día la muerte lo puso en la obligación de saber quién era el muerto. Los años 70, 80 y 90 de Colombia desfilan entonces en una historia de amor, aventura, inocencia y muerte, a través de la que el narrador trata de entender qué ha sucedido con su propia vida.
Pero es Juan Gabriel Vásquez quien puede darnos las mejores pistas:

-La voz narradora de esta novela, Antonio Yammara, se decide a contar lo que sucedió años atrás, porque cuando uno cumple 40 años llegó el tiempo de hacerlo. Su disparador es la caza y muerte de un hipopótamo sobreviviente del zoológico del narcotraficante Pablo Escobar. Juan Gabriel Vásquez está cerca de los 40. ¿Cuál fue tu disparador para escribir esta novela?
-Siempre comienzo por alguna imagen, algún hecho que dejó rastro, sin saber por dónde me va a llevar. En Bogotá está la Casa de la Poesía, un sitio que aparece en la novela. Allí, sin pagar, uno puede colocarse los cascos y escuchar a los poetas leídos por ellos mismos. Un día, cuando estaba en la facultad de derecho, vi como un hombre de unos cincuenta años, que escuchaba con sus cascos puestos, se echaba a llorar de una manera que no había visto nunca en un adulto. ¿Qué era lo que estaba escuchando? Nunca lo supe, pero esa escena, que está en la novela, fue por donde comencé a tirar del hilo. Así estuve un tiempo, descubriendo cosas. Como que Ricardo Laverde había sido piloto de avioneta, en las primeras épocas del tráfico de marihuana. Pero no sabía de qué estaba hablando, todavía.

-Ricardo Piglia dice que la historia es lo que se cuenta, pero lo que importa es aquello de lo que se habla.
-Un buen ejemplo es Respiración artificial, de Piglia. La historia que cuenta es de siglo XIX, pero está hablando de la dictadura argentina. Así fue hasta que un día, como Antonio Yammara, leí que habían dado caza a un hipopótamo de Pablo Escobar. Entonces supe que quería hablar de un tiempo. Del tiempo en que fui un joven bogotano y la muerte, los asesinatos políticos, se habían colado en nuestras vidas.


-Y la historia de Ricardo Laverde te permitió, a través de Antonio Yammara, echarle una mirada a tu propio pasado.
-Sí. Nunca me había hecho preguntas sobre aquel tiempo. Lo tenía como postergado, escondido en una zona de oscuridad. Pero con esta novela pude volver allí, y de alguna manera saldar cuentas, cerrarlo.

-Quería preguntarte por el cruce entre Historia y ficción, pero antes quiero pasar por el lenguaje. Tu lengua literaria es rica y sólida, casi podría decir que ortodoxa, pero al mismo tiempo es claramente colombiana. Como si tu permanencia fuera no pudiera cambiar el origen.
-Fernando Vallejo decía que lo literario es siempre una invención. Que la lengua literaria es un artefacto que se construye. Somos el producto de todo lo que hemos leído y, así como se nos mezclan tonos propios de España, también se nos mezclan estructuras propias del inglés o el francés. Al fin, ya los autores del “boom” tenían esas influencias, y su lenguaje construía una representación de la realidad. No existe la pureza en la lengua, de manera que mi colombianidad también es una construcción personal.


-Vuelvo al cruce. Esta novela se apoya en hechos que sucedieron en distintos momentos: dos accidentes de aviación y la muerte de Pablo Escobar. ¿Apoyarse en hechos reales, aunque el lector no sepa de ellos, aporta una solidez subterránea a lo que se cuenta en primer plano?
-El cruce entre los sucesos sociales, los de la Historia, y nuestras pequeñas vidas personales era un tema que me atraía. A veces pensamos que nuestra vida y la Historia van en paralelo, que no se tocan; pero no es cierto. Todo lo que pasa a nuestro alrededor nos deja una marca, aunque no seamos concientes de eso. Me sucedió que un día advertí que sobre los asesinatos y los atentados que sucedieron en esos años había muchos datos, en diarios, Internet, archivos… pero no había casi nada sobre cómo la gente había vivido eso íntimamente, en el terreno de sus emociones. En el fondo quería saber qué clase de marcas había dejado en mí. Creo que esa es la ventaja de la novela. La hemos inventado para internarnos en un mundo de sentimientos y emociones, distinto de la reseña de los hechos.


-Seguramente terminaremos otra vez en Escobar, pero antes un personaje muy interesante, Elaine Fritts. Ella dice en una de sus cartas “éramos unos inocentes”, y tu narrador señala que no dice “éramos inocentes”. Elaine llega a Colombia como cooperante norteamericana para ayudar al desarrollo del tercer mundo. O sea que la gente aprenda a comer, o a limpiarse el culo. Auténtico cristianismo paternalista, que al fin termina en otra posición. Porque tu novela muestra cómo la protesta contra la guerra de Vietnam se mezcla con la marihuana, y son cooperantes quienes inician a los campesinos en su cultivo, para organizar un tráfico con destino a EEUU casi de aficionados.
-Esa es una parte de los hechos que se ha ocultado, o de lo que se prefiere no hablar. Pero hay suficientes datos como para que lo dé por cierto, o que pudo haber sido cierto. Cuando Nixon le declara la guerra a las drogas abre la puerta a un negocio fructífero, el tráfico. Es cierto que, comparada esa primera época con lo que vino luego, la profesionalización de los cárteles de la droga y los crímenes políticos, eran aficionados. Eran, como dice Elaine, unos inocentes.

-Todos los niños y adolescentes de tu generación soñaban con visitar el zoológico que Pablo Escobar había levantado en su hacienda, y que estaba abierto a cualquiera. Escobar tuvo una temporada como político, pero luego se hizo figura pública por su desmesurada riqueza ligada al narcotráfico. Era un icono público, y con esto quiero decir que era un modelo social para jóvenes y niños. ¿Qué marcas dejó en tu generación?
-Recordando lo que dice Vargas Llosa en Conversación en la catedral: ese fue el momento en que Colombia comenzó a joderse. Gabriel García Márquez, en Noticia de un secuestro, dice que, entonces, para los colombianos, el cumplimiento de la ley se convirtió en un obstáculo hacia la felicidad. El mensaje que quedó grabado es que lo que importa es el dinero fácil, y cuanto más rápido mejor.

-Tengo la idea de que la historia de Pablo Escobar podría haber sido otra si no le declaraba la guerra al Estado. Enfrentar con atentados y asesinatos a los cárteles competidores y, sobre todo, al Estado, tenía que terminar como terminó, con su cuerpo lleno de balas sobre un tejado.
-En ese tiempo Colombia toleraba y miraba con simpatía a Escobar, hasta que comenzó con las bombas en mercados, plazas o aviones, y cambió la mirada. Entonces ser asesinado se puso al alcance de todos. Te podían matar en cualquier sitio, sólo porque estabas allí. A cada rato veías por televisión los asesinatos, y sabías que tu muerte dependía de la casualidad. Cómo se llegó a eso, fue parte de un cambio tremendo y en pocos años. Cuando yo era niño Bogotá era una ciudad tranquila, donde nunca pasaba nada. Esa es la Bogotá a la que arriba Elaine Fritts, que va a asistir al cambio que va de la paz a la violencia extrema.

-En tren de dejar de lado, un poco, lo dramático: ¿Qué tiene de malo Bogotá? Tu narrador habla pestes de los bogotanos.
-(Sonríe) Como diría un profesor de teatro, ésa es cuestión del personaje. Lo cierto es que un día me dije que, si quería escribir, tenía que irme de Bogotá. La veía fea y peligrosa, cambiada para mal. Algo de todo eso debía haber de cierto, porque no me costó irme.


Este artículo fue publicado en Sigueleyendo. No te pierdas de visitar Sigueleyendo


DE CEROS E INFINITOS

Cuando partí de Argentina tenía que dejar atrás mi biblioteca, y era una pérdida difícil. Siempre nuestras estanterías acumulan más que libros, querencias. Discutir si son buenos o malos libros, los peores o los mejores, carece de sentido: conservamos aquellos que de una manera u otra nos han dejado huella.
Era cuestión de elegir para que la mochila no fuera pesada. Como en esa pregunta boba que suelen hacernos: ¿qué libros te llevarías a una isla desierta?
Los míos fueron tres. El hombre malo de Bodie de Doctorow, De la guerra, de Sun Tzu y El cero y el infinito de Arthur Koestler. El primero porque es la mejor, o tal vez la única, novela negra ambientada en el Far West. El segundo, porque el gran maestro chino hace sencillo lo complejo. Y el tercero, una novela, porque quiero leerla de tanto en tanto, para ver si un día encuentro la respuesta a la pregunta maldita. ¿Cuál? Ya llegaremos.
Por estos días se ha reeditado El cero y el infinito y, paralelamente, una biografía de Arthur Koestler. A mí las biografías no me interesan. No sé por qué, pero no me interesan, y sí mucho esta novela, corta, donde la ficción sintetiza y reflexiona desde la experiencia.
Primera advertencia: El cero y el infinito no es un libro para “progres”. Y cuando digo “progres” me refiero a esos millones que, llenos de buena voluntad, creen que se puede hacer una revolución para cambiar el mundo sin enterrar las manos en la mierda.
El cero y el infinito es un libro para los otros. Para aquellos que no reservaron su alma para santos paraísos y pactaron con el diablo cada vez que fue necesario.
Sólo desde allí, desde la experiencia, es posible conectarse en profundidad con el mejor libro de Arthur Koestler. El más profundo y falto de piedad. No hacia los otros, sino hacia el uno mismo.
La historia comienza cuando la puerta de la celda se cierra a las espaldas de Rubashov.
Ha sido uno de los hombres que estuvo en el corazón de la Revolución Rusa, y sabe que de esa cárcel no saldrá con vida. Son tiempos de Stalin y todos sus compañeros de ruta, o casi todos, han sido eliminados.
Entonces, recuperando los pasos propios del preso en todas la cárceles de todos los tiempos, irá delineando la pregunta: ¿Se podría haber hecho de otra manera?
Cada uno de aquellos con los que habla –un preso que cree que está allí por equivocación y que pronto se darán cuenta, otro preso con el que discute con golpes en la pared, los guardias y sus interrogadores- lo hunde más en la pregunta maldita: ¿Se podría haber hecho de otra manera?
Un interrogante que encierra varios más: ¿Puede el Hombre ser bueno sin la zanahoria y el garrote? ¿Era inevitable la caza del otro? ¿El triunfo siempre termina con una bala en la cabeza?
Arthur Koestler, para sonrojo de quienes luego compramos el cuento de los Reyes Magos, comenzó a escribir esta historia en 1938, para publicarla en el 40. Comprometido militante de la internacional comunista se había jugado la piel en muchos escenarios, incluyendo España.
Seguramente la pregunta que Rubashov no logra contestarse fue previa a la escritura. Tal vez Koestler llegó a una respuesta. Tal vez el interrogante lo acompañó hasta ese día en que puso fin a su vida. Quién sabe.
Segunda y última advertencia: Quien espere encontrar en El cero y el infinito una visión optimista del Hombre, que deje atrás toda esperanza.
P.D: Hace unos años escribí para una revista francesa una parodia/homenaje a este libro, titulada “Entre la puerta y la pared”. Este es el link donde se lee en castellano:
http://raulargemi.blogspot.com/2007/02/entre-la-puerta-y-la-pared.html



Este artículo fue publicado en Sigueleyendo. No te pierdas de visitar Sigueleyendo


DI BENEDETTO Y LAS PALOMAS

Creo que ya es la tercera vez que cuento esta historia. Esta vez la recreo porque en España ha salido un libro con tres novelas del maestro mendocino.



Contaba un observador de aves cómo un grupo de palomas se volvía contra una de ellas y la atacaba a picotazos, hasta darle muerte. Los picos de las palomas no son eficientes a la hora de matar, y la víctima agonizó durante horas, en una ordalía de dolor, perdiendo piel, ojos, plumas, sangre hasta que la liberó la muerte. Siempre recuerdo esta historia cuando pienso en Antonio Di Benedetto.
A Di Benedetto -nunca me atreví a llamarlo Antonio- lo conocí en uno de los patios de la cárcel de La Plata, poco antes del mundial de fútbol del 78. Me lo presentó Daniel Alcoba, un poeta y caminábamos los recreos hablando. Bueno, yo escuchaba, con la avidez de una esponja, porque Antonio Di Benedetto era el primer escritor que conocía en persona, y eso imponía.
Era un hombre bajito, como vencido, de hablar pausado, como si escribiera, que no llevaba bien la cárcel. Por qué había caído preso me queda en el terreno de la leyenda. Decían que porque le había puesto los cuernos a un coronel de la dictadura, y también que fue por esconder al hijo guerrillero de un amigo. Ambas cosas podían ser ciertas.
En esos tiempos era director del diario Los Andes, de Mendoza, es decir, un hombre cercano al poder desde siempre. Y, como tal, nunca se había pensado preso, a merced de la brutalidad de carceleros, por lo que navegaba en el desconcierto del que subió al Titanic seguro de que nunca naufragaría. Lo mantenía vivo el saber que universidades y escritores de medio mundo pedían constantemente su libertad, pero un día por poco no fue suficiente.


Recuerdo que bajó al patio demudado. El suplemento cultural de un prestigioso y conservador diario de Argentina, con el que había colaborado, acababa de publicar un texto parecido a este: La editorial Gallimard ha editado “Sama”, la novela del escritor argentino Antonio Di Benedetto, que en la actualidad ejerce su cátedra de literatura latinoamericana en la Sorbona.
-Ellos saben que estoy preso. Me están negando- repetía al borde del derrumbe, porque nunca había esperado una puñalada por la espalda de la gente de la cultura – Son gente culta, no son como estos carceleros ¿cómo pueden hacerme esto?
Si no cayó en el suicidio fue porque en los días siguientes, el pibe, el compañero que barría el pabellón y llevaba mandados de celda en celda, se ocupó de verlo a cada rato y darle ánimo. Ese pibe, casi analfabeto, peón de una granja de cerdos, lo separó de la muerte.
Después, porque en las cárceles nada estaba quieto, lo perdí de vista. Di Benedetto salió en libertad, emprendió el exilio, y un día, con el regreso de la democracia, volvió a Argentina, para encontrarse con que era un apestado. Sin posibilidades de trabajo, repudiado por las palomas, fue sobreviviendo por los favores de los amigos.
Por esos días, con la primera Feria del Libro de la democracia, se hizo una feria paralela, y Antonio Di Benedetto encabezó una lista de firmas en un petitorio por mi libertad. Sé, tengo la seguridad, que no se acordaba de mí, pero llevaba la marca de la cárcel, y ya no era aquel que había sido como director de Los Andes.
Lo volví a ver, un tiempo más tarde, en una desangelada conferencia sobre la escritura y los sueños que dio en Buenos Aires. Una de esas cosas que le conseguían los amigos para que se ganara el pan, porque las palomas no habían dejado de picotearle la cabeza.
Otro tiempo más tarde supe que había muerto. Seguramente de asco.
Después de las dictaduras en el campo de la cultura sólo se registran víctimas, nunca cómplices, sin embargo…
Que los dioses nos cuiden de las palomas.


Este artículo fue publicado en Sigueleyendo. No te pierdas de visitar Sigueleyendo


martes, 3 de mayo de 2011

LEMMINGS, ROCK Y MUJERES CON TRES TETAS

Tenía curiosidad por leer a Fabián Casas. Me habían hablado de él como una de las nuevas voces argentinas que era necesario conocer. Y de pronto la gente de Alpha Decay no sólo lo edita, sino que lo trae a Barcelona. A estas alturas es de rigor reconocer que si un libro viene editado por Alpha Decay uno tiene que prestarle atención. Tal vez no comulgue con un autor o un título, que al fin ese es el derecho innegociable de todo lector, pero con seguridad no permanecerá indiferente. Dicho de otra manera, yo tenía ganas de leer a Fabián Casas y esta pequeña pero talentosa casa editorial le edita Los lemmings y otros.
Fabián Casas es un bicho raro. Cuando comencé la lectura de los relatos que componen este libro ésa fue la idea que comenzó a posesionarse de mi cabeza. Sus relatos trabajan sobre ese territorio, siempre lejano, siempre un poco demasiado inocente en la memoria, de la infancia, la adolescencia y la juventud. Pero, al contrario de lo que es usual en los relatos de aquel pasado, Casas les da una vigencia de presente riguroso y lo convierte en materia de creación y fantasía.
De tanto en tanto el autor nos jura que todo lo narrado es verdad, pero nos decimos que eso es lo de menos, porque sus personajes le deben los huesos, el alma y la palabra.
En un mundo literario como el argentino, donde es de buen gusto narrar historias en ciudades preferiblemente húngaras o moldavas y los personajes, aparte de secos y torturados, jamás permitirían que alguien los llame González o Mangiarotti, que de Krugger o Arnaldur no se bajan, que alguien use como materia literaria el barrio porteño de Boedo y los pibes que lo habitan me parece que señala con el dedo a la tontería.
Dicen que Casas es muy buen poeta, pero no me consta y no me constará porque de poesía cada día entiendo menos, pero… Por lo que recuerdo de otros tiempos en que me creía apto al menos para leerla, su cualidad básica es la de disparar imágenes, emociones, ideas con el gatillo de la palabra y su multiplicidad de sentidos. Dicho de otra manera, la poesía sería una manera de mirar, y sus recursos literarios la herramienta para despertar otras maneras de mirar en el lector.
Si vamos por ese lado, tal vez pueda explicar a quien no ha leído los relatos de Los lemmings y otros de qué van. Más o menos… porque Fabián Casas es un bicho raro.
Nos encontramos con Casas en el bar de una institución de Barcelona que siempre me recuerda, por su sigla, a la fenecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, me refiero al CCCB (Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona); y para comenzar a conocernos se lo dije, en argentino ortodoxo:
-Vos sos un bicho raro.

Visto de cerca Casas se ve menos amenazante que en la foto de solapa de su libro, la misma donde dice que ha dejado de escribir porque se dedica al karate. Por las dudas, antes de que reaccione, le explico mi teoría a cerca de la obligación de escribir Krugers y Arnaldures para ser culto, y entonces se ríe.
-Yo creo, dice, que las historias que queremos contar están allí, en cada cosa que hacemos. En algo que te dicen en la barra del bar, en el comentario de un taxista. Las tenemos al lado, por ejemplo en Boedo. ¿Para qué pensarse más lejos, si es una manera de mirar?

Como los argentinos lo primero que hacemos es tantearle las cosquillas al otro, digo:
-Por los años en que suceden estos relatos, vos sos un hijo de la dictadura de Videla.

Hace un gesto y encaja bien:
-Es cierto. Pasé mi adolescencia en esa época negra. Me salvó el rock –dice, en evidente referencia al relato que da nombre al libro- El rock era el sitio donde encontrabas un poco de libertad, donde podías expresar la bronca.

Vamos bien, porque coincidimos con Casas en el amor a “Los redondos”, el mejor grupo de rock que ha dado la historia. (Cualquiera que piense lo contrario es, sin ser excluyente, sordo).
-Me interesa tu desarrollo de la mitología del barrio. En tus relatos te alejás de la condescendencia hacia el niño que fuimos y las historias ganan en épica.
-Yo soy, primero que nada, poeta. Y eso, aunque escriba prosa, siempre está presente porque es ver desde otro lado. Cuando escribo siempre me propongo separarme de mí mismo. Si siento que estoy narrando fácil es porque no me he separado lo suficiente. Creo que uno tiene que encontrar esa voz ajena, la de otro, para hacer literatura.

-Pero no es necesario irse a Transilvania y llamarse Vlad.
-(Ríe) En el mercado de la esquina podés descubrir esa otra voz. Siempre digo que me gustan los puntos de encuentro como esos bares de la Guerra de las Galaxias, con hombres verdes, traficantes de Orión, ex futbolistas y mujeres con tres tetas.

-Parece la descripción del bar de Norman, un amigo tuyo del relato “Casa con diez pinos”.
-Exacto. En esos sitios, llenos de gente rara porque es tan común, si uno mira un poco de costado, como para descubrir la sombra, encuentra la poesía. No sé para qué me voy a ir más lejos. Además, escribo pero sin hacerme cargo del papel de escritor, y menos de “escritor argentino”. Me lo tomo con tranquilidad porque sé que, casi todo lo que escriba, será tan argentino como de cualquier otra parte.

-Tengo la sensación de que jugás un poco de afuera en el mercado de los escritores.
-No me quiero ver como escritor, obligado a sostener posiciones estéticas y atado por un personaje. Puedo pasarme un par de años definiendo y trabajando un relato como los de este libro. Necesito despojarme de todas las frases, las palabras que te vienen fáciles porque son las de costumbre.

-Antonio Di Benedetto, un autor enorme y que no está en el parnaso de los elegidos, me decía alguna vez que para escribir uno de sus relatos tenía que tomarse varios días libres, para despojarse en los primeros del lenguaje rutinario que arrastraba del periodismo, y encontrar la literatura.
-(Sonríe como quien se encuentra con otro fanático del mismo equipo de fútbol) ¡Antonio Di Benedetto! Ese era verdaderamente un grande.

-¿Caballo en el salitral?
-¡Caballo en el salitral! ¿Ves? Ahí está. Di Benedetto fue un autor que escribía prosa desde una visión poética. Era un poeta. Caballo en el salitral es un relato para leerlo cien veces, y sentirte humilde. No; trato de no verme como escritor. Cuando me llevaron a la Feria de Francfort me sentía perdido, fuera de lugar. Quiero mantenerme donde estoy: escribiendo por necesidad, cuando tengo algo que contar, y festejando cuando me publican un libro, pero sin volverme loco por publicar.

-Uno de tus relatos comienza con la afirmación de que todo lo que se cuenta es verídico. Pero, en “Asterix, el encargado”, el narrador aterriza en un aquelarre donde la violencia se convierte en un ceremonial multitudinario. ¿Eso también es verídico?
-No… pero podría serlo. Al fin de cuentas cuando alguien narra lo que sea, tal vez un sueño, lo reescribe y lo rehace. Lo que me importa es que sea creíble en el mundo que estoy contando. Mirá, me han escrito pibes que quieren comprar el Talasa.

-¿El jarabe para la tos que tomaban los pibes para colocarse y soñar?
-Ese mismo, el Talasa. Ya no se fabrica, y podría habérmelo inventado.

-El narrador dice: La kriptonita verde nos mataba, la roja nos volvía locos, pero el Talasa era lo mejor. Un cruce entre realidad, ensoñación y superhéroes.
-Es que los superhéroes, a veces, son tan reales y te dicen tanto como la maestra de la escuela.

-Como el grupo de poetas que admira a Mishima, y decide cambiar la poesía argentina para siempre con un ritual suicida, donde se cargan a otro montón de poetas.
-(Ríe) Eso no sucedió, pero podría suceder. Tengo amigos que van por el lado de Mishima, aquel que se hizo el harakiri… La realidad, una palabra, son el disparador para la poesía. Y yo encuentro esas palabras en Boedo o en la calle, en cualquier momento.

Creo que Fabián Casas, por suerte para él y desazón de los editores y libreros, es inclasificable. Pero tiene algo. ¿Magia? Tal vez ese sea el nombre. En sus relatos el barrio y sus habitantes son una ventana al universo. Se lo digo, y también que, como hijo de un barrio, el barrio El Mondongo, siento que hablamos el mismo idioma. Entonces se produce el satori, porque abre los ojos y dice:
-¿Sos del Mondongo? Tengo muchos amigos en el Mondongo. ¡Hay un montón de grupos de rock!
Y entonces la entrevista naufraga, para bien, porque nos ponemos a hablar del rock, de La Cofradía de la Flor Solar, de Boedo y El Mondongo.
Yo sabía que, por alguna razón oculta tenía que conocer a Fabián Casas.

Esta nota fue publicada hoy en Sigueleyendo, y la foto es de Chús Sánchez.


lunes, 18 de abril de 2011

BOY SCOUT, MÍSTICOS Y AFICIONADOS


Las sectas son todas iguales. Tienen, como los animales unicelulares, una tenue piel por frontera. Dentro está lo Uno: los elegidos. Fuera está lo Otro: los demás. Cuando se es un elegido ya no hay retorno. Si alguien cruza la piel, la frontera, hacia fuera, es un traidor, un réprobo, un renegado.
Así son todas las sectas, desde los Niños de Dios hasta los cienciólogos, pasando por los mormones y los adeptos a las muchísimas virginidades de María. Una secta no necesita ni siquiera tener apariencia de racionalidad. Cuanto más estúpidas y primarias sean sus premisas, mayor éxito consigue.
Pensaba en esto este fin de semana, cuando confronté mis ideas previas con Dentro de WikiLeaks (Mi etapa en la web más peligrosa del mundo, dictado por Daniel Domscheit-Berg, escrito por Tina Klopp y publicado por Roca Editorial.
La historia puede resumirse así: Un día Daniel descubrió su profeta, su dios y su destino en este mundo. (En este orden: Julian Assange, Julian Assange y Wikileaks). El amor de Daniel por su profeta fue arrasador, y sin necesidad de que le dijera Pedro, sobre vos, en fin, se convirtió en su mano derecha. Por supuesto, todas las historias de amor terminan mal, y esta también. Pero vamos por pasos y personajes.
Julián Assange es australiano y se cree el Llanero Solitario. También es informático, de esos que tienen mucho de autistas y no poco de sicópatas. Componentes que, cuando se suman a un nivel de ignorancia general únicamente equiparable al de los hippies de los 70, da una pizza solo consumible por adeptos.
¿Y Daniel, el iluminado? También es informático, pero alemán. Con esa cosa naif que cultivan los alemanes y les permite creer en la eficacia de las organizaciones, porque en el fondo todo el mundo es bueno, si le dan una oportunidad.
¿Qué hicieron estos dos? Destapar basura que no era necesario destapar porque todos sabíamos que estaba allí. ¿Por qué lo hicieron? Porque su fe les hace creer que si la gente sabe… las cosas cambian.
(Permítanme aquí una pausa para reírme)
La historia de Wikileaks, contada por el despechado Daniel Domscheit-Berg, a quien su admirado Julian echó de una patada en el culo, no tiene desperdicio. Lo que es una manera de decir, porque las andanzas de Julian y Daniel se caracterizan por los desperdicios; y el mal olor. Allí a dónde fueran, hotel, pensión, sótano o casa prestada, en pocos días la basura desbordaba por las ventanas. Parece ser que, en su afán mesiánico, comer con las manos y limpiarse en las cortinas es un gesto del profeta.
Cuando uno ve en acción a estos personajes, convencidos de que van a cambiar el mundo porque filtran mierda, lo de menos son sus malos modales en la mesa, lo jodido es que se creen Dios. Y como tal actúan. Especialmente Assange, que ha conducido WikiLeaks como un feudo propio. Un príncipe paranoico, que no maquiavélico, que ha llegado a afirmar que con las filtraciones de documentos de Afganistán “terminaría con esa guerra”.
A este lector de fin de semana un par de cosas le hace chirriar los dientes. Una es la ignorancia.
Cuando Julian y Daniel filtraron un vídeo donde soldados norteamericanos se cargaban a cualquiera y hacía comentarios mordaces, creían, en su santa inocencia, que cambiarían la historia. Burros. En la guerra de Vietnam los corresponsales filmaron mil veces eso, y no cambió nada. La política exterior de EEUU sigue siendo la misma.
Cuando publicaron los documentos de Afganistán, pensaron que la opinión pública diría: ¡Oh, que horror, los únicos que ganan son las industrias de guerra! ¡Cambiemos el mundo! Sólo que no pasó nada, porque hasta los neonatos saben que las industrias de la guerra están para eso. Para sostener las guerras.
Claro, de tanto en tanto, el profeta Daniel manifiesta alguna duda. Por ejemplo acerca de si es posible garantizar más seguridad a quienes les pasan información. Información que la mayor parte de las veces ni Julian ni sus profetas puede confrontar, porque no saben su origen.
(Dicho al paso: si uno no es parte de un servicio que les mete carne podrida, para pasarle información confidencial a cosas como WikiLeaks hay que tener alguna deficiencia síquica.)
Retomo: Lo que no se hace ni por casualidad este muchacho, Daniel, es la pregunta básica, la misma que se formulaba Bertolt Brech en los años 40: ¿A quién beneficia esto que hago? Una pregunta que uno debería hacerse varias veces por día, para saber al menos para quien está jugando.
Conclusión de lunes: El pensamiento religioso y redentorista también ha hecho mella entre los pirados de internet.
Hoy, el héroe pop Julian Assange afronta un juicio por follarse a un par sin condón; sus seguidores escrutan el cielo esperando una respuesta; la T.I.A de Mortadelo y Filemón, la KGB y el Vaticano se frotan las manos por haberlo agarrado con los pantalones bajos; y Daniel, su ex profeta, anuncia que se viene OpenLeaks que mejora Wikileaks, aunque no garantiza que sus apóstoles no se limpien el morro en las cortinas.
Lo voy a decir una vez más: prefiero a los profesionales. Para todo. Y estos muchachos son aficionados. boy-scouts, místicos y aficionados: mala mezcla.
(Esta nota fue publicada hace unos días en Sigueleyendo. Para leer lo nuevo pinche aquí.)


lunes, 4 de abril de 2011

OPERACIÓN GLADIO Y LA CIA

-¿Cuál es la razón para que un escritor como Benjamín Prado, nacido en el 61, escriba Operación Gladio, una novela que gira sobre el asesinato de los abogados laboralistas de Atocha en el 77, y se extiende por la red de carniceros fascistas orquestada por la CIA para impedir que en Europa el comunismo llegue al gobierno?

-Uno no elige los recuerdos. Ni elige en qué medida los va a recordar. Rafael Alberti dijo: he conocido a Picasso, a Neruda, pero de lo que no me voy a olvidar nunca es de una canción de propaganda que oía en la radio de niño. Para mí, uno de los recuerdos de mi infancia más fuerte es el asalto al Palacio de la Moneda, con Salvador Allende resistiendo con su casco. También el terremoto de Managua, y el asesinato de los abogados de Atocha. Luego, otro recuerdo potente que se encarnó en este libro, es el del Valle de los Caídos. Recuerdo que cada año nos llevaban con la escuela, y siempre sentía lo mismo. Había allí algo como una fuerza que tiraba para abajo; una tristeza siniestra.
-Dos son los casos que convergen en Operación Gladio. Por un lado, el asesinato de los abogados a manos de sicarios de la derecha. Por otro, la petición de los restos de un republicano que fue enterrado ilegalmente en el Valle de los Caídos.
-Quería escribir una novela de espías –reconoce Prado-, porque cuando escribo me gusta divertirme, y una novela de espías era lo ideal. Entonces pensé en una conspiración de estado, en los pasillos sucios del poder, recordé lo que sabía de Gladio, y me pasó lo que le pasa a Alicia Durán, la periodista de mi novela, cada vez fui a más. Cuando asesinaron a los abogados la investigación avanzó sólo hasta cierto punto. El punto en se empezó a ver que los asesinos habían recibido armas y estaban conectados con servicios españoles, y que detrás de ellos estaba Gladio, o sea la CIA. Ahí se detuvo todo, nadie quería mirar a la cara a la CIA. Algunos dicen que es paranoia vincular a la CIA con todas las conspiraciones, pero lo cierto es que siempre ha estado allí, con o sin paranoia”.
PARA LEER LA ENTREVISTA COMPLETA PINCHE AQUI: SIGUELEYENDO.

RADIOFRAFIA DE UN JUEZ ESTRELLA

Después de leer Garzón, la hora de la verdad, editado por Principal de los libros, nos preguntamos cuál era el sentido de recorrer la carrera profesional de este ex juez, y que Loretta Napoleoni lo compare recurrentemente con Barak Obama; paralelo al que ya llegaremos.

Loretta Napoleoni dice, respondiendo al primer interrogante:
“Baltasar Garzón es un espejo de cómo somos. Un juez estrella, elevado a las alturas de la popularidad por los medios, en el que muchos depositaron demasiadas esperanzas. Es un espejo de cómo vivimos la democracia, delegando en otros la responsabilidad, en lugar de ejercerla nosotros cada día. Con estos personajes sucede que siempre nos equivocamos. Un día los vemos como los salvadores, y al día siguiente los crucificamos porque no respondieron a nuestras expectativas; siempre desmedidas”.
Le señalo que, casi como una conclusión de su libro, afirma que el caso Garzón ha puesto en descubierto las debilidades de la democracia española, pero que tengo mis dudas de que en otros países tengan menos debilidades. Sobre todo porque las campañas políticas, siempre necesitadas de fondos, son alimentadas con aportes de las cajas negras empresarias. Con lo que todo resultado padece un vicio de arranque: luego habrá que devolver esos favores. Hay que recordar que a Loretta Napoleoni se la reconoce como experta en financiaciones ilegales, especialmente del terrorismo.

PARA LEER TODA LA ENTREVISTA, PINCHE AQUI: SIGUELEYENDO.http://www.sigueleyendo.es/estrellato-y-oportunismo/










.






.



lunes, 14 de marzo de 2011

TRES BICHOS RAROS EN EL CLARIN

Qué gracia, que te descubran en tu barrio. Y bueno, Guillermo, Carlos y yo somos, por muchas razones, bichos raros, que se resisten a la extinción. Tal vez, con suerte, la asociación protectora de bichos raros se haga eco de la nota de El Clarín. Eso sí, gracias mil a la periodista, que nos rescata en el Río de la Plata. Cuando uno de los tres gane el Violeta Negra, de Toulousse, the gauchos group dará pie para otra nota y unos cuantos vinos.
Por si no se han enterado, los paso el link de El Clarín.



ESCRIBIR ES UN DON DE DIOS


Cuando hablan de Dan Fante todos los mencionan como el hijo del mítico John Fante, escritor y guionista norteamericano. Si has pasado el medio siglo de vida y para todos sigues siendo el hijo de tu padre, tienes más de una razón para el odio. Porque, además, ser hijo de alguien no es una buena recomendación para que te lean. No al menos para mí, que me acerqué a Chump Change con muchas prevenciones. Prevenciones y prejuicios que se me multiplicaron por cien en las primeras páginas, cuando el protagonista, Bruno Dante, da cuenta de su desastrosa vida familiar, sus siniestras borracheras y sus ataques de locura, antes y durante los días en que su padre John Dante, escritor y guionista, agoniza.
No sabía, porque para leer un libro prefiero no enterarme, que Bruno Dante es el alter ego de Dan Fante, y el resto más o menos autobiografía.
Vaya, me dije, otro Bukowski, aspirante al Nobel de la resaca que me va a contar sus guerritas. Busqué un contáiner para tirar el libro, pero por suerte en mi casa no tengo, lo que me dio un par de segundos más para reconocer: escribe bien, este desgraciado. Eso me salvó, porque le di algunas páginas de ventaja. Entonces apareció el perro, Rocco, y me quedé pegado. Pegado hasta el punto final.
Si es por mí, Dan Fante podría ser hijo de una probeta, lo que vale es que es un gran escritor y que esta novela, publicada por Sajalín, es de lo mejor que he leído en los últimos años.
Narra ese momento crucial en el que su padre, que fue muriendo a plazos porque la diabetes lo llevó de amputación en amputación, da el último suspiro. Los días en que Bruno/Dan tiene que resolver si seguirá revolcándose en su odio, o cambia de vida y concreta lo que siempre quiso ser: escritor.
Cuando terminé de leer la novela supe que a veces tengo suerte, podía entrevistar a Dan Fante.
El encuentro se produjo en las oficinas de Sajalín. Un lugar poco recomendable para tipos como Fante y yo, que somos bajos, y nos encontramos rodeados de editores sobre el metro noventa. Mientras Mireya de Sagarra le hacía las fotos, yo observaba al escritor, un producto muy californiano: Botas tejanas, chupa de cuero marrón, sombrero de vaquero al tono, gafitas John Lennon y un pequeño aro de oro en la nariz.
Luego arranqué la entrevista preguntándole si era una maldición americana que muchos autores, como Chester Himes, Jim Thompson o él mismo, tuvieran que ser publicados en Francia para que los reconocieran en su país.
“Estuve muchos años buscando editor en mi país, pero no estaban preparados para este libro. Lo consideraban pornográfico. Además, están convencidos que los libros narrados en primera persona no son comerciales, que venden poco. Por suerte los franceses piensan de otra manera, están acostumbrados a leer este tipo de literatura y me publicaron”.
Le recuerdo que Bruno Dante, en medio de su crisis personal, inicia la lectura de varios libros pero los abandona, porque no vale la pena leer algo que no esté bien escrito.
Se encoje de hombros, como si no pudiera ser de otra manera:
“Hay que escribir bien. Yo no cuento historias de ficción, sino los temas que a mí me importan, y que a otra gente también le importan. Ni cuento de otros ni hago ficción”.
Creo haberlo agarrado en un renuncio y le recuerdo que ha dicho que piensa escribir una serie negra con un detective.
(Sonríe) “Sí, pero quiero un detective como Bruno Dante. Quiero ver cómo funciona un Bruno Dante en esas historias, y en Los Ángeles. (Ríe) Además, me gustaría escribir una historia que sea un éxito comercial. Alguna vez quiero ganar dinero escribiendo”.
Comento que algunos escritores dicen que necesitan beber para escribir, pero para dedicarse a escribir él dejo totalmente la bebida.
“Alguien dijo que el dolor no lo puedes evitar, lo llevas adentro, pero puedes evitar el sufrimiento. Escribir es un don de Dios. Estuve sufriendo cuarenta años, hasta que empecé a escribir y me siento muy bien. Si uno sufre escribiendo no tiene que hacerlo. Yo disfruto mucho y me permite vivir más aliviado, sin aquel peso.”
Entonces recuerdo a Rocco, el perro que me dejó pegado a su novela. Rocco es muy viejo y no sabe que su amo, el padre de Bruno, agoniza, pero de alguna manera lo sufre. Entonces Bruno Dante, en medio de su locura y su borrachera, se lo lleva al hospital para que vea a su padre por última vez. Y se lo queda. Primero a bordo del coche que le roba al hermano, y luego en otro que compra de segunda mano.
Pero Rocco está enfermo, y a poco también agoniza. Entonces Bruno, que huye de la muerte del padre, no lo abandona, lo acompaña hasta el final.
Digo que Bruno escapa del padre, pero vive su muerte a través de la muerte de Rocco, y eso le permite, al fin, reencontrarse con el padre odiado.
Deja el sombrero a un lado. Se acaricia la cabeza, rigurosamente afeitada y asiente.
“Es una alegoría”.
Digo que las alegorías, cuando se notan como alegorías, son una mierda.
Asiente otra vez.
“Es cierto, no deben notarse de ninguna manera. La historia de Rocco me permite poner algo de ternura, de comedia, en una historia dura, áspera. Bruno, con Rocco, puede mostrarse como no se muestra con su padre”.
Le señalo que su relato tiene una marca teatral que reconozco, porque cojeo de la misma pierna. Casi no hay espacio para la introspección, y todo funciona con acciones que se marcan con entradas y salidas de los personajes.
“Es una historia muy visual. Quería que se viera todo, incluyendo a Los Ángeles, que es uno de los personajes. Que se viera el mundo donde ellos viven.”
Uno de los puntos fuertes de Fante es, sin duda, la construcción de personajes, coloridos, pero creíbles; no simples máscaras. Menciono a la joven tartamuda que cuando se emborracha habla normalmente, y no para de hablar; al jefe de Bruno en la empresa que vende video citas para quien busca pareja; a las dos mujeres que entrevista, una estirada con mil cirugías y la otra inmensa, musculada, con grandes tetas y manos de hombre.
Ríe con ganas. Ríe mucho este tipo.
“A esa la conocí de verdad. Cuando vendía video-citas tuve que entrevistarla. Tenía unos cuarenta años. Era lesbiana y patinadora en unos circuitos profesionales donde corren mujeres, que se dan codazos y golpes toda la carrera. Yo estaba llenándole una ficha, larguísima, sobre sus gustos y deseos cuando me interrumpió. Dijo que nunca se había acostado con un hombre y que quería probar una vez. Que pagaba la inscripción a video-citas si me acostaba con ella. ¿Qué podía hacer? Me acosté con ella”.
Digo que un buen vendedor a veces tiene que sacrificarse y voy al tema con que comienza esta nota. Freud afirmaba que para madurar hay que matar al padre. Lo decía metafóricamente, pero se olvidó de advertirnos que el padre no muere nunca, que su sombra siempre estará allí. ¿Es difícil convivir con la sombra del padre?
“Desde que escribí esta novela ya no odio a mi padre. Yo creo que uno debería aprender a amar a su padre, en lugar de estar todo el tiempo recriminándole lo que hizo mal. Debe comprender que hizo lo que pudo, lo mejor que pudo, y dejar el odio”.
Miro a este hombre que se describe a sí mismo cuando retrata a Bruno Dante -bajo y con manos de campesino- y me digo que tardó cuarenta años en hacer ese cambio. Casi medio siglo, hectolitros de vino malo, locuras por mil y la negación de escribir, hasta que la muerte del padre y Rocco cambiaron el palo.
Bueno, tal vez la historia del perro es sólo literatura. Es que ya no sé si estoy hablando con Bruno Dante o con Dan Fante. Tal vez da lo mismo.
Este fragmento nos dice bastante del autor/personaje y su historia:
Fue en aquella casa donde aprendí lo que ocurre cuando un artista apasionado abandona lo que ama y acaba por detestarse a sí mismo. Allí fui testigo de sus borracheras. Allí lo vi tratar a sus seres queridos con desprecio y resentimiento, mientras las sumas de los cheques que cobraba eran cada vez más elevadas.
Habían pasado treinta años. Frente a aquella casa, sentado en la ranchera robada, con las Navidades a punto de llegar, pude imaginarme cómo Jonathan Dante debió de haber pasado las noches de verano. Cómo habría recorrido de una punta a la otra el balcón del dormitorio principal, con el vaso de whisky escocés apoyado en la barandilla, imprecando al cielo con sus puños de obrero; maldiciéndose a sí mismo y a Dios por haberle permitido cagarse en su talento a cambio de un cheque de Hollywood.
Chump Change, algo así como “trabajos de mierda”, es la primera novela de una trilogía.
Dos cosas:
Primera, no deje de leerla.
Segunda, prenda una vela para que a los de Sajalín les vaya bien en las ventas y editen las otras dos. Yo quiero leerlas.

Publicado el 9 de marzo en Sigueleyendo:
http://www.sigueleyendo.es/2011/03/09/escribir-es-un-don-de-dios/

domingo, 6 de marzo de 2011

EL SILENCIO DE LOS HOMBRES

Laurent Mauvignier es el autor de la magnífica novela titulada Hombres, que acaba de publicar Anagrama. Su padre fue uno de aquellos jóvenes que, cuando les tocaba la “mili”, fueron cruzados a Argelia y sumergidos en una guerra sucia que pocos quieren recordar. Tenían 20 años.
Hombres coloca a dos de aquellos tipos, Bernard y Rabut, en este tiempo, cuando ya tienen 62 años. Cuarenta años de malos sueños y silencios impuestos. Un incidente trivial dispara la violencia contenida en Bernard, también llamado “Humo de leña” por el olor a humo y mugre que lo impregna. Entonces la voz de Rabut narra. Desde el hoy, y desde ese pasado en Argelia.
Con Laurent Mauvignier repasamos los temas que subyacen y construyen su novela, mezclando párrafos de la obra con las respuestas del autor.

EL SILENCIO
En Hombres: Y yo, como los demás, leí el periódico y vi en el periódico que todo había terminado, que Argelia ya no era francesa, que se había perdido la guerra, pero en el bar nadie hizo alusión a eso. Está los viejos que juegan a las cartas. Está el calor y la cuestión de saber si habrá suficiente forraje todo el verano.
Yo, cuando voy al bar, los que no me han visto en mucho tiempo me miran y me dicen que he adelgazado, y que ahora parezco un hombre.
Sí, es eso, soy un hombre.
Preguntan como era Argelia, y a veces los que se interesan dicen que es una pena, todo aquello para nada. Sin embargo, se alegran de que todo haya terminado, y después. Y después pasan a otra cosa.

Mauvignier: “Hace muy poco tiempo que se ha empezado a hablar, en Francia, de la guerra en Argelia. Solamente hoy, cuando aquellos soldados son jubilados que se reúnen, sale el tema. Durante años, los que volvieron de la guerra guardaron silencio. Por lo suyo y porque los otros no querían oír lo que podían contar”.

VERDÚN-ARGELIA
En Hombres: Eso sí, teníamos los brazos llenos de regalos, de exotismo, de ultramar, de tarjetas postales y estrellas en los ojos cuando nos decían, para que los viejos dejaran de refunfuñar, que, pese a todo:
Lo vuestro no fue como Verdún.

Mauvignier: “Hubo algo así como una tradición, una manera de hacerse hombre, y de allí el título de la novela. Para los abuelos fue la Primera Guerra Mundial, Verdún. Para los padres, la Segunda Guerra Mundial, y para aquellos jóvenes quedó Argelia. Dos grandes guerras, y una pequeña guerra, plena de horror, que era mejor olvidar. Eso también pesó en los que volvieron derrotados”.

LOS VETERANOS
En Hombres: Y Rabut puede verse ahora sentado en la cama, molido, el cuerpo molido por los años y la familia, todas aquellas bodas, aquellos nacimientos, aquellas comuniones y aquellas comilonas con los veteranos de África del Norte, los corderos a la brasa, la nostalgia de algo perdido allá, quizá la juventud, porque por fuerza se embellecen quizá incluso los recuerdos que se preferiría olvidar y de los que es imposible librarse, ¿realmente nunca? En consecuencia se transforman, se cuentan anécdotas, aunque también es bueno saber que no fueron solos allá y, de tarde en tarde, poder reír con los demás, dado que sólo por la noche se les humedecen las manos y afrontan fantasmas.

Mauvignier: “Rabut y Bernard eran muy jóvenes, como tantos otros que fueron a la mili para encontrarse en el medio de una guerra que los transformaría. Unos, como Bernard, ya llevaban dentro la furia y la rabia. Otros, como Rabut, tenían la capacidad de reflexionar, y ver en qué se iban convirtiendo. Hoy, ya viejos, cuando ya pueden hablar, las torturas, el horror, pueden verse de otra manera. Pero para los otros sigue siendo algo difícil de asimilar”.

LAS FOTOS
En Hombres: … sí, me chocó ver entre las fotos enmarcadas de las paredes no las fotos de sus hijos, sino sólo la de la niña con la que jugaba en Argelia…? Dios mío, recordar aquello, volver a pensar en la niña con su moño y un nombre árabe que ya he olvidado, sus zapatillas y su pelerina abotonada hasta el cuello, y esas imágenes en que se la ve, seria, concentrada, en una foto suya, aquella donde está la cara, en el centro mismo de la imagen, delante de la ventana de una casa (se ve un arriate muy poblado y la pared leprosa, el visillo dentro, ventana abierta, ella en su patinete con el rostro ligeramente vuelto hacia su derecha, hacia donde su sombra cubre la grava.

Mauvignier: “Yo he visto, he convivido con la foto de la niña del patinete. Mi padre, como otros que volvieron de Argelia, tenía fotos. En la playa, sonriendo, con sus uniformes, con amigos… la guerra no aparecía por ningún lado. Parecían fotos de vacaciones. Esas fotos eran todo lo contrario de lo que habían vivido, sin embargo… Así son las fotos que Bernard ha puesto en su pared. Una manera de no nombrar la muerte”.

SILENCIO II
En Hombres: Y me acuerdo de la vergüenza que sentía cuando volví de allá y cuando volvimos todos, uno tras otro, menos Bernard: él por lo menos habrá evitado la humillación de volver aquí y comportarse como nosotros, callar, enseñar las fotos, sí, el sol, bonitos paisajes, el mar, trajes folclóricos y paisajes de vacaciones para conservar un fragmento de sol en la cabeza, pero la guerra, no, la guerra no, no ha habido guerra; y las fotos, por más que las mire nuevamente y busque al menos una sola, una sola que pudiera decirme:
La guerra es eso, se parece a eso…

Mauvignier: “Todo este tiempo en que se prefirió el silencio, no saber, produjo mucho daño. Dementes, alcohólicos, dolor. Ahora empieza a ser distinto. Cuando hice la gira de promoción por Francia se me acercó mucha gente. Hijos y nietos de aquellos soldados. Gente que me pedía que dedicara el libro a sus muertos, tal vez como una manera de recuperarlos, como para recordar que a esa guerra no fueron solos, que no eligieron ir, que los enviaron cuando eran muy jóvenes y no querían la guerra. Una guerra que sacó afuera lo peor de cada uno y los convirtió en sus víctimas”.


Publicada en Sigueleyendo el 28 de enero de 2011.


http://www.sigueleyendo.es/2011/01/28/el-silencio-de-los-hombres/