viernes, 20 de noviembre de 2009

Ahorcando sinónimos


Corsarios. Es una palabra que muchos periodistas con analfabestismo funcional en el idioma de la plebe de Sandokán utilizan como sinónimo de pirata. ¿Sabrán que están calificando en lugar de definir?
Pirata: ladrón de los mares, que tanto roba a unos como a otros. (Puede ahorrarse cualquier comparación con otras profesiones.)
Corsario: marino que roba o “piratea” sólo a los enemigos del país que le otorga su bandera y patente de corso.
El derecho de corso contempla que el botín se divida, proporcionalmente, entre los armadores del buque, su tripulación y el país contratante. Argentina, como muchos otros países, recién nacidos o no, fundó sus armadas navales sobre la contratación de corsarios, y algunos inversores hicieron muy buen negocio.
Contradicción: para el país que da la bandera, el corsario es buena gente. Para el país corsariado, el tipo es un puto pirata que debería colgar del palo mayor. (También se puede colgar de un palo menor –mesana o trinquete, si cabe- pero ya no es lo mismo)
Sandokán, que iba contra el imperio por cuenta propia, era un pirata. Sir Francis Drake, que robaba para la corona, era un corsario.
Los somalíes que atracan a cualquiera que se ponga a tiro son piratas. Hoy queda mal visto que alguien les de patente de corso. Para eso está Black Water.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Guerras no son amores


Las guerras nunca se hacen por amor a las banderas o a la patria. Siempre hay un motivo económico, o algo muy parecido. Un somero repaso por guerras que anteceden a los, por ahora amagos, de Perú y Chile por un lado y Venezuela y Colombia por otro, puede ser ilustrativo. En 1864 Argentina, Brasil y Uruguay arrasaron Paraguay con la bendición de Gran Bretaña, que reclamaba la libre navegación de los ríos de esa región para su comercio. Poco más tarde, en 1879, Chile combatió contra Perú y su aliado Bolivia, por el dominio de la región del salitre, elemento tan valorado como el petróleo. En ese conflicto Bolivia perdió sus costas del Pacífico, pero como no se rinden a recuperarlas -por eso hacen hoy el juego de Perú versus Chile- han seguido formando oficiales navales para una armada sin barcos y sin mar.
Algunos años más tarde se descubría petróleo en “el impenetrable”, un bosque de desierto donde nunca llueve y no estaba claro si pertenecía a Bolivia o a Paraguay. La “Guerra del Chaco” estalló en 1932, impulsada por dos grandes petroleras, produciendo más muertos que el cáncer, para nada.
En 1941 le tocó el turno a Perú y Ecuador por una frontera imprecisa en la Cordillera del Cóndor y supuestas riquezas de la selva. Se laudó pronto con un tratado que puso por garante de paz a Argentina. Pero, durante la égida de Fujimori, en 1995, volvió la guerra a la selva. Argentina, garante de paz, vendió armas bajo cuerda a Ecuador y hoy por eso está procesado el ex presidente Carlos Menem, aparte de los reclamos de Ecuador porque las armas eran viejas y no servían.
Más cerca en el tiempo, justo después del Mundial de Fútbol de 1978, la dictadura de Pinochet y la dictadura de Videla descubren una zona patagónica de imprecisa delimitación, y despliegan sus fuerzas, sin llegar a los hechos, por intervención papal. Lo que estaba en juego era la subsistencia política de ambas dictaduras.
Ahora lo que mueve a Chile y Perú no es el salitre, muy devaluado, pero sí las zonas de pesca. En el caso de Venezuela y Colombia la hegemonía política en su región.
Nunca las guerras se hacen gratis ni por amor a la patria. De eso los europeos, que vieron cambiar fronteras a cada rato durante los siglos XIX y XX, saben más de lo que les gustaría saber.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Atención, virus. Páselo


Todos los virus mutan, y siempre en la dirección más dañina. Con los años 80 se desparramó una fiebre ondulante, el PPC (Pensamiento Políticamente Correcto) que no dejó títere con cabeza. Alguien se la agarró con el “Padre Nuestro”, porque las madres quedaban afuera y les quedó algo así como el “Cosa Nuestra”. Fue mal visto decir que alguien era negro y pasaron a ser “afro”, o en España “subsaharianos”, ninguneando a los sudafricanos blancos, por ejemplo. El tren contra machista tomó velocidad y una ministro/tra hizo referencia a los miembros y “miembras” del Parlamento, que si el género viene difuso mejor inventárselo. Para eso nada de más inspiración que ser víctima del PPC.
Ahora estamos ante una mutación de aquel PPC que, por sus primeros síntomas, perjudica mucho más, el PPP*. Víctimas del PPP resultan ser ahora las decoraciones navideñas de las calles. Varios aquejados proponen cambiar el nombre de estas fiestas por el de Fiesta de Invierno, para no molestar a judíos, musulmanes, taoístas, agnósticos, ateos y toda una retahíla de gente que hasta hoy no se había dado cuenta de que esas fiestas les molestaban. El resultado es que en la calles de Barcelona están colgando unos cachivaches de neón que no son estrellas, ni belenes, ni nada que pueda existir en la Tierra. Tampoco se parecen a la ilustración de esta nota, pero están muy cerca. Al menos los condones de la foto sirven para algo más razonable que el PPP.
Cuidado, páselo, el PPP ataca sin fronteras y tiene una justificación histórica que da lustre, la Revolución Francesa. Ella cambió hasta el nombre de los meses, pero al menos los jacobinos tenían la guillotina, que le ponía otro gustito a la tontería.

*PPP: Pensamiento Políticamente Pelotudo.