Las guerras nunca se hacen por amor a las banderas o a la patria. Siempre hay un motivo económico, o algo muy parecido. Un somero repaso por guerras que anteceden a los, por ahora amagos, de Perú y Chile por un lado y Venezuela y Colombia por otro, puede ser ilustrativo. En 1864 Argentina, Brasil y Uruguay arrasaron Paraguay con la bendición de Gran Bretaña, que reclamaba la libre navegación de los ríos de esa región para su comercio. Poco más tarde, en 1879, Chile combatió contra Perú y su aliado Bolivia, por el dominio de la región del salitre, elemento tan valorado como el petróleo. En ese conflicto Bolivia perdió sus costas del Pacífico, pero como no se rinden a recuperarlas -por eso hacen hoy el juego de Perú versus Chile- han seguido formando oficiales navales para una armada sin barcos y sin mar.
Algunos años más tarde se descubría petróleo en “el impenetrable”, un bosque de desierto donde nunca llueve y no estaba claro si pertenecía a Bolivia o a Paraguay. La “Guerra del Chaco” estalló en 1932, impulsada por dos grandes petroleras, produciendo más muertos que el cáncer, para nada.
En 1941 le tocó el turno a Perú y Ecuador por una frontera imprecisa en la Cordillera del Cóndor y supuestas riquezas de la selva. Se laudó pronto con un tratado que puso por garante de paz a Argentina. Pero, durante la égida de Fujimori, en 1995, volvió la guerra a la selva. Argentina, garante de paz, vendió armas bajo cuerda a Ecuador y hoy por eso está procesado el ex presidente Carlos Menem, aparte de los reclamos de Ecuador porque las armas eran viejas y no servían.
Más cerca en el tiempo, justo después del Mundial de Fútbol de 1978, la dictadura de Pinochet y la dictadura de Videla descubren una zona patagónica de imprecisa delimitación, y despliegan sus fuerzas, sin llegar a los hechos, por intervención papal. Lo que estaba en juego era la subsistencia política de ambas dictaduras.
Ahora lo que mueve a Chile y Perú no es el salitre, muy devaluado, pero sí las zonas de pesca. En el caso de Venezuela y Colombia la hegemonía política en su región.
Nunca las guerras se hacen gratis ni por amor a la patria. De eso los europeos, que vieron cambiar fronteras a cada rato durante los siglos XIX y XX, saben más de lo que les gustaría saber.
Algunos años más tarde se descubría petróleo en “el impenetrable”, un bosque de desierto donde nunca llueve y no estaba claro si pertenecía a Bolivia o a Paraguay. La “Guerra del Chaco” estalló en 1932, impulsada por dos grandes petroleras, produciendo más muertos que el cáncer, para nada.
En 1941 le tocó el turno a Perú y Ecuador por una frontera imprecisa en la Cordillera del Cóndor y supuestas riquezas de la selva. Se laudó pronto con un tratado que puso por garante de paz a Argentina. Pero, durante la égida de Fujimori, en 1995, volvió la guerra a la selva. Argentina, garante de paz, vendió armas bajo cuerda a Ecuador y hoy por eso está procesado el ex presidente Carlos Menem, aparte de los reclamos de Ecuador porque las armas eran viejas y no servían.
Más cerca en el tiempo, justo después del Mundial de Fútbol de 1978, la dictadura de Pinochet y la dictadura de Videla descubren una zona patagónica de imprecisa delimitación, y despliegan sus fuerzas, sin llegar a los hechos, por intervención papal. Lo que estaba en juego era la subsistencia política de ambas dictaduras.
Ahora lo que mueve a Chile y Perú no es el salitre, muy devaluado, pero sí las zonas de pesca. En el caso de Venezuela y Colombia la hegemonía política en su región.
Nunca las guerras se hacen gratis ni por amor a la patria. De eso los europeos, que vieron cambiar fronteras a cada rato durante los siglos XIX y XX, saben más de lo que les gustaría saber.
2 comentarios:
También se hacen, las guerras, para que los escritores tengan algo interesante que contar, como Augusto Roa Bastos con "Hijo de hombre", o el hoy impresentable Mario Vargas Llosa con la guerra de Canudos, en "La guerra del fin del mundo". Queda para los que la sufrieron en carne propia la breve, oscura y lapidaria guerra de Malvinas, no las huevadas de algunos de nuestra generación -entre los que me incluyo-, aunque no sé si los combatientes están en condiciones de escribir sobre sus combates, ni siquiera sé si se sobrevive a las guerras, aunque se vuelva a casa caminando.
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