miércoles, 24 de febrero de 2010

Caballo


Hace dos años los yonqui que veíamos por la calle eran pocos y tenían un aire folklórico, profesional, de haber estado siempre, dejando pasar la vida en su ensueño opiáceo, o haciendo sociedad delante de las narcosalas, allí donde les cambian las jeringas descartables o les dan gratis la metadona.
Hace un año eran más visibles. Se podía ver alguno que otro, o que otra, caminando zombi, meado o con esa mirada de perro acostubrado a los palos. Para los que vivieron la España de los 80, con gran parte de una generación triturada por la heroína, eran un alerta y lo decían: Vuelve; vuelve el “caballo”. Los optimistas decían que no; que si lo que se lleva es la cocaína festiva, quien va a querer...
Ahora salimos a la calle y a cada rato pasa uno. Con los pantalones por la rodilla a veces, con el entumecimiento del caballo, ajenos a lo que no sea sueños interiores y terrores externos; los yonqui, las yonqui, que no se por qué ellas me dan más pena.
A pocos metros de las ramblas, caminadas por turistas de todo el mundo, los negros son los nuevos vendedores de heroína. Y digo negros porque son negros, africanos, tal vez llegados en pateras o en cayucos, 1500 kilómetros de mares y algunos muertos arrojados al mar. Los negros controlan el caballo en varias manzanas a la redonda, y me pregunto quién los apadrina.
Dicen que maltratan a los blanquitos colgados cuando llegan para protestar porque les vendieron basura. Dicen que vieron a dos argentinos, hablando acelerados, como los argentinos, que arrastraban dos maletas con la provisión de caballo. Y los negros haciendo señas, dicen, como si no hubiera nadie más en la calle, para abrirles camino...
Tal vez sea la crisis.
Tal vez sea porque, por más que desciendas, el estado siempre intentará cuidarte...
Tal vez sea que no me conforma pensar que cada uno hace de su vida lo que quiere.
Tal vez si tuviera un hijo colgado del caballo, rumbo al muere, dejaría en un tendal de negros, aunque fueran verdes y luego digan que soy un fascista.
No sé. Algo huele cada vez más a podrido.
Tal vez nuestro propio cadáver...