lunes, 18 de abril de 2011

BOY SCOUT, MÍSTICOS Y AFICIONADOS


Las sectas son todas iguales. Tienen, como los animales unicelulares, una tenue piel por frontera. Dentro está lo Uno: los elegidos. Fuera está lo Otro: los demás. Cuando se es un elegido ya no hay retorno. Si alguien cruza la piel, la frontera, hacia fuera, es un traidor, un réprobo, un renegado.
Así son todas las sectas, desde los Niños de Dios hasta los cienciólogos, pasando por los mormones y los adeptos a las muchísimas virginidades de María. Una secta no necesita ni siquiera tener apariencia de racionalidad. Cuanto más estúpidas y primarias sean sus premisas, mayor éxito consigue.
Pensaba en esto este fin de semana, cuando confronté mis ideas previas con Dentro de WikiLeaks (Mi etapa en la web más peligrosa del mundo, dictado por Daniel Domscheit-Berg, escrito por Tina Klopp y publicado por Roca Editorial.
La historia puede resumirse así: Un día Daniel descubrió su profeta, su dios y su destino en este mundo. (En este orden: Julian Assange, Julian Assange y Wikileaks). El amor de Daniel por su profeta fue arrasador, y sin necesidad de que le dijera Pedro, sobre vos, en fin, se convirtió en su mano derecha. Por supuesto, todas las historias de amor terminan mal, y esta también. Pero vamos por pasos y personajes.
Julián Assange es australiano y se cree el Llanero Solitario. También es informático, de esos que tienen mucho de autistas y no poco de sicópatas. Componentes que, cuando se suman a un nivel de ignorancia general únicamente equiparable al de los hippies de los 70, da una pizza solo consumible por adeptos.
¿Y Daniel, el iluminado? También es informático, pero alemán. Con esa cosa naif que cultivan los alemanes y les permite creer en la eficacia de las organizaciones, porque en el fondo todo el mundo es bueno, si le dan una oportunidad.
¿Qué hicieron estos dos? Destapar basura que no era necesario destapar porque todos sabíamos que estaba allí. ¿Por qué lo hicieron? Porque su fe les hace creer que si la gente sabe… las cosas cambian.
(Permítanme aquí una pausa para reírme)
La historia de Wikileaks, contada por el despechado Daniel Domscheit-Berg, a quien su admirado Julian echó de una patada en el culo, no tiene desperdicio. Lo que es una manera de decir, porque las andanzas de Julian y Daniel se caracterizan por los desperdicios; y el mal olor. Allí a dónde fueran, hotel, pensión, sótano o casa prestada, en pocos días la basura desbordaba por las ventanas. Parece ser que, en su afán mesiánico, comer con las manos y limpiarse en las cortinas es un gesto del profeta.
Cuando uno ve en acción a estos personajes, convencidos de que van a cambiar el mundo porque filtran mierda, lo de menos son sus malos modales en la mesa, lo jodido es que se creen Dios. Y como tal actúan. Especialmente Assange, que ha conducido WikiLeaks como un feudo propio. Un príncipe paranoico, que no maquiavélico, que ha llegado a afirmar que con las filtraciones de documentos de Afganistán “terminaría con esa guerra”.
A este lector de fin de semana un par de cosas le hace chirriar los dientes. Una es la ignorancia.
Cuando Julian y Daniel filtraron un vídeo donde soldados norteamericanos se cargaban a cualquiera y hacía comentarios mordaces, creían, en su santa inocencia, que cambiarían la historia. Burros. En la guerra de Vietnam los corresponsales filmaron mil veces eso, y no cambió nada. La política exterior de EEUU sigue siendo la misma.
Cuando publicaron los documentos de Afganistán, pensaron que la opinión pública diría: ¡Oh, que horror, los únicos que ganan son las industrias de guerra! ¡Cambiemos el mundo! Sólo que no pasó nada, porque hasta los neonatos saben que las industrias de la guerra están para eso. Para sostener las guerras.
Claro, de tanto en tanto, el profeta Daniel manifiesta alguna duda. Por ejemplo acerca de si es posible garantizar más seguridad a quienes les pasan información. Información que la mayor parte de las veces ni Julian ni sus profetas puede confrontar, porque no saben su origen.
(Dicho al paso: si uno no es parte de un servicio que les mete carne podrida, para pasarle información confidencial a cosas como WikiLeaks hay que tener alguna deficiencia síquica.)
Retomo: Lo que no se hace ni por casualidad este muchacho, Daniel, es la pregunta básica, la misma que se formulaba Bertolt Brech en los años 40: ¿A quién beneficia esto que hago? Una pregunta que uno debería hacerse varias veces por día, para saber al menos para quien está jugando.
Conclusión de lunes: El pensamiento religioso y redentorista también ha hecho mella entre los pirados de internet.
Hoy, el héroe pop Julian Assange afronta un juicio por follarse a un par sin condón; sus seguidores escrutan el cielo esperando una respuesta; la T.I.A de Mortadelo y Filemón, la KGB y el Vaticano se frotan las manos por haberlo agarrado con los pantalones bajos; y Daniel, su ex profeta, anuncia que se viene OpenLeaks que mejora Wikileaks, aunque no garantiza que sus apóstoles no se limpien el morro en las cortinas.
Lo voy a decir una vez más: prefiero a los profesionales. Para todo. Y estos muchachos son aficionados. boy-scouts, místicos y aficionados: mala mezcla.
(Esta nota fue publicada hace unos días en Sigueleyendo. Para leer lo nuevo pinche aquí.)