Me acabo de enterar de que se nos fue “La Gallega”. Para los documentos de identidad y otras habitualidades, era Sara García Muñiz, para mí y para muchos otros, era “La Gallega”.
Uno de sus hijos, Gonzalo Carranza, fue un querido compañero de “tumba” al que desaparecieron la noche del 2 al 3 de febrero de 1978, de la cárcel de La Plata.
Gonzalo era un tipo con humor, y estaba claro que lo había heredado de su madre.
“La Gallega”, como la llamábamos porque había nacido en España, o eso creíamos, nunca se entregaba. Siempre tenía una sonrisa y el ánimo dispuesto a la risa y a la broma. Era una maravilla hablar con ella en las visitas en que nos atiborrábamos de mate, en la cárcel de Devoto. Y era un aliento, un empuje para no entregarse, cuando ya no hubo mate, pero sobraron los palos y los encierros.
Claro, como muchos, “La Gallega” vivió sus propios cambios. Un día fue la tortura. Para ella y para su hija menor, una piba muy jovencita.
Luego, el exilio de la hija, primero a Alemania y luego a cualquier parte que no oliera a tortura. Y ella aguantando. Haciendo el “aguante” a Gonzalo, que estaba preso.
Hasta febrero del 78. Sí, el mismo año del mundial de fútbol.
Entonces, sin haberlo pedido, la hicieron Madre de Plaza de Mayo. La hicieron digo, porque más allá de la voluntad y la decencia, son los hijos de puta los que hicieron a las Madres de Plaza de Mayo. Seguramente, si hubieran podido elegir, ellas elegían otro destino.
Luego de la desaparición de Gonzalo Carranza, casi nada supe de ella. Hasta que vine a Barcelona.
En ese diciembre en que estalló la crisis anunciada, para parir al “corralito” y todas sus consecuencias, los argentinos en Barcelona, con la solidaridad de un montón de “gayegos”, convocaron una concentración ante el ayuntamiento.
Fui, como tantos otros. Y en un momento en que el impulso “patriótico” pudo más que la vergüenza, unos cuantos se pusieron a cantar el himno argentino.
Entonces escuché una voz que los increpaba. Que decía por “esas cosas” –el himno y sus implicancias patrioteras- en Argentina habían matado a miles.
Era una Madre de Plaza de Mayo. La única presente.
Entonces reparé que además del pañuelo blanco, en el pecho llevaba prendida una foto. La foto de Gonzalo Carranza. Era “La Gallega”.
Dos o tres veces nos juntamos a tomar mate, porque vivía en las cercanías de Barcelona, y otra vez fue un gusto recuperar su humor y sus ganas de vivir, a pesar de todo.
Hoy ya no está. Y me llena de tristeza, porque reparo en lo que no queremos ver: las Madres de Plaza de Mayo se han hecho muy viejitas. Y se nos van. Gota a gota.
Tal vez, un día, si vivimos lo suficiente, sean un episodio de la Historia.
Pero ya no será lo mismo. Con seguridad, no será lo mismo.
Uno de sus hijos, Gonzalo Carranza, fue un querido compañero de “tumba” al que desaparecieron la noche del 2 al 3 de febrero de 1978, de la cárcel de La Plata.
Gonzalo era un tipo con humor, y estaba claro que lo había heredado de su madre.
“La Gallega”, como la llamábamos porque había nacido en España, o eso creíamos, nunca se entregaba. Siempre tenía una sonrisa y el ánimo dispuesto a la risa y a la broma. Era una maravilla hablar con ella en las visitas en que nos atiborrábamos de mate, en la cárcel de Devoto. Y era un aliento, un empuje para no entregarse, cuando ya no hubo mate, pero sobraron los palos y los encierros.
Claro, como muchos, “La Gallega” vivió sus propios cambios. Un día fue la tortura. Para ella y para su hija menor, una piba muy jovencita.
Luego, el exilio de la hija, primero a Alemania y luego a cualquier parte que no oliera a tortura. Y ella aguantando. Haciendo el “aguante” a Gonzalo, que estaba preso.
Hasta febrero del 78. Sí, el mismo año del mundial de fútbol.
Entonces, sin haberlo pedido, la hicieron Madre de Plaza de Mayo. La hicieron digo, porque más allá de la voluntad y la decencia, son los hijos de puta los que hicieron a las Madres de Plaza de Mayo. Seguramente, si hubieran podido elegir, ellas elegían otro destino.
Luego de la desaparición de Gonzalo Carranza, casi nada supe de ella. Hasta que vine a Barcelona.
En ese diciembre en que estalló la crisis anunciada, para parir al “corralito” y todas sus consecuencias, los argentinos en Barcelona, con la solidaridad de un montón de “gayegos”, convocaron una concentración ante el ayuntamiento.
Fui, como tantos otros. Y en un momento en que el impulso “patriótico” pudo más que la vergüenza, unos cuantos se pusieron a cantar el himno argentino.
Entonces escuché una voz que los increpaba. Que decía por “esas cosas” –el himno y sus implicancias patrioteras- en Argentina habían matado a miles.
Era una Madre de Plaza de Mayo. La única presente.
Entonces reparé que además del pañuelo blanco, en el pecho llevaba prendida una foto. La foto de Gonzalo Carranza. Era “La Gallega”.
Dos o tres veces nos juntamos a tomar mate, porque vivía en las cercanías de Barcelona, y otra vez fue un gusto recuperar su humor y sus ganas de vivir, a pesar de todo.
Hoy ya no está. Y me llena de tristeza, porque reparo en lo que no queremos ver: las Madres de Plaza de Mayo se han hecho muy viejitas. Y se nos van. Gota a gota.
Tal vez, un día, si vivimos lo suficiente, sean un episodio de la Historia.
Pero ya no será lo mismo. Con seguridad, no será lo mismo.
5 comentarios:
Me emocionaste, Raúl. Porque sin que nos demos cuenta -o a pesar de que nos hagamos los distraídos- las Madres están viejitas. Y no hablemos de las Abuelas, hábiles negociadoras que siguen logrando que aparezcan pibes con identidades delictivas, para recuperar las de la decencia, las de su origen. Algunos piensan que son cabezaduras, por eso de pedir lo imposible: la aparición con vida de sus hijos, que sin ninguna duda están muertos, tan asesinados ellos por los milicos genocidas. Pero no, ahora saben que son la única reserva moral que queda y ahì están, testigos que apenas miran, pero con miradas que perforan. ¿Qué va a pasar cuando ya no estén? ¿Quién va a ser, o quién se va a animar a intentar ocupar el lugar moralmente intachable, que ellas ocupan? Hasta hoy, muchos nos contenemos en esta paz de cuarta categoría que logramos conseguir, distrayéndonos mirando para otro lado. Pero es porque tememos la mirada de ellas, no crítica claro, porque con toda seguridad no leyeron a Gramsci, sino porque siguen intentando caminar el camino que sus hijos, nuestros compañeros, no pudieron terminar de caminar.
Cuando ya no estén, Discepolín demostrará que tenía razón: vale Jesús, lo mismo que el ladrón. Abrazo Raúl, fuerte. flaco Galván
Aguante las Abuelas. Aguante las Madres. Aguante Raul. Rodolfo
En un país donde tener "memoria" es algo raro, por suerte están estas viejitas, ojalá su siembra sea muy fuerte, para que no mueran nunca.Gracias Raúl por tu nota.
Beso y condolencias.
gracias por mantener encendida esta llama.
Publicar un comentario