Akashik Books suma a su colección de ciudades negras, este libro. Son relatos negros ubicados en distintos barrios de Barcelona. Yo me quedé con uno de los últimos que quedaban, Montjuic. Como adelanto pirata para que vayan pispeando, el comienzo de “The slender charm of chinese women”, que en mi lengua vernácula y única, de puro burro nomás, se lee “El delgado encanto de la mujer china”. Una buena idea la de Akashik Books.
THE SLENDER CHARM OF CHINESE WOMEN
BY RAÚL ARGEMÍMontjuic
The secret of any great city—let’s say, Barcelona—is
that it comprises many cities juxtaposed one over
the other, breathing side by side but with few actual
points of contact.
You can be yourself in any of those parallel worlds and
then cross the street and become someone else, completely
different and free of your previous identity.
But there are people who are born distinct and so the
residents of each of these worlds recognize them with the
same name, alias, or nickname, without realizing that at other
times, with other people, they’re the same, but different.
That’s what happened with Delgado. He had an inadvertent
talent, almost animallike, to transform himself so that in
each city he was perceived as one of the locals.
Delgado’s story only took up about a week’s worth of police
bulletins, each time more brief, until it got lost in the whirl
of those humid and suffocating summer days. But I wasn’t the only one who thought that the Barcelona of brothels, of Japanese tourists, South American waiters, and junkies from all over the place—to name a few Barcelonas—could be stalking grounds in which hunter and prey would kill each other without impediment.
EL DELGADO ENCANTO DE LA MUJER CHINA
El secreto de una gran ciudad, pongamos Barcelona, es que son muchas ciudades, yuxtapuestas, alentando lado a lado, pero con pocos puntos de contacto.
Se puede ser uno en cualquiera de los mundos paralelos y, con cruzar la calle, ya se puede ser otro, distinto y libre de la identidad anterior.
Sólo que hay gente que nació inconfundible y, entonces, los habitantes de cada uno de esos mundos lo reconocen con el mismo nombre, alias o apelativo, al tiempo que ignoran que, a otras horas, con otra gente, es igual, pero distinto.
Eso es lo que sucedió con Delgado. Tenía una habilidad no premeditada, animal, para cambiar de cuerda y que cada una de las ciudades, a menudo irreconciliables, lo asumiera como propio.
La historia de Delgado dio para menos de una semana de notas policiales, cada vez más cortas, hasta perderse en la velocidad de los días de ese verano húmedo y sofocante. Pero no fui el único que pensó que las “barcelonas” de los prostíbulos, los turistas japoneses, los camareros sudamericanos y los yonqui de todas partes, para nombrar solo unas pocas, podían ser un campo de caza en el que bestias y cazadores se mataran sin que hubiera manera de impedirlo.
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