Como suelo hacer cada día, porque la religiosidad de las costumbres sacraliza cualquier boludez, pedí mi vermut con aceitunas y extendí el diario para ver cuán jodidos estamos los todos, que eso ayuda al ánimo de los unos.
Estaba en eso, desbrozando la mezcla rara de “historias del corazón” y noticias policiales en que se han convertido los medios, cuando un susurro en la oreja me avisó de la presencia de Grafolito del Duraznero, el implacable. Ya, el tipo es un amigo, pero por su esmirriada contextura suele suceder que me miran como si hablara solo, y de ahí al “loquero” hay un paso.
Grafolito, con su inveterada costumbre de criticar a los humanos -genocidas de innumerables generaciones de gusarapos- esta vez echaba pestes sobre los cultos, los académicos y las academias. Decía, en el colmo de la exageración, que son apenas menos dañinos que la lepra, la varicela y la tos convulsa, todas a un tiempo. Le dije:
-Viejo, la gente se gana el pan como puede. Ya me anotaría yo en un currito (“enchufe”, para los yoyegas (gallegos al vesre (revés))) de ese palo. Buena mosca, buena jubilación…
-No –dijo, tajante- no tengo nada contra el ladroneo. Lo que jode la paciencia es que siempre la van de víctimas y perseguidos, cuando tienen el armario lleno de esqueletos y muertos de propia mano.
Yo sabía por donde venía su bronca. Grafolito lee. Y rompe la paciencia porque cuando termina de caminarse una página ¿quién se la da vuelta? El “quía”; uno.
Lee, y es un hincha de fútbol para su autor preferido, Osvaldo Soriano. Entonces, como de tanto en tanto alguien recuerda y comprueba, que los cultos de Argentina siguen negando su existencia, se pone de la cabeza y empieza a repartir patadas. Que en un gusano es mucho decir.
Era cierto, unos días atrás había reaparecido la polémica, y Grafolito, que abusa de la amistad todo lo que puede, reclamaba:
-Volvé a escribir la historia de Di Benedetto. ¡Que el mundo se entere de que lo mataron los cultísimos!
Quise decirle que no era cierto. Que no lo mataron, pero lo pensé mejor y cerré el buzón. Porque algo de eso hubo.
El escritor mendocino Antonio Di Benedetto estuvo preso en tiempos de Videla. Y la vida carcelaria no le caía nada bien; no estaba hecho para esas cosas.
Sólo que le fogoneaba la esperanza el hecho de que cientos de escribas de todo el mundo pedían continuamente por su libertad.
Hasta que un día estuvo al borde del derrumbe final.
Un día supo que en suple cultural, de señero diario argentino, anoticiaban que la editorial Gallimard publicaría “Zama”, la novela del escritor argentino Antonio Di Benedetto, que en la actualidad –esa, previa al mundial del 78, y llena de desaparecidos- “desempeña su cátedra de literatura en La Sorbona”.
Y se quiso morir. Que lo torturaran y lo patearan los carceleros descerebrados y analfabetos, hasta le parecía normal; pero de la gente culta no esperaba una traición. Decía, derrotado:
-Saben que estoy preso. Lo saben. Y me están negando…
Dicen que nunca terminó de recuperarse de esa puñalada trapera. Digo que dicen, porque tal vez sea que el tango tragedia se nos cuela sin quererlo. Lo cierto fue que, cuando volvió del exilio, como en el baile de la escoba, no había silla para él. Y que languideció hasta morirse.
Grafolito será un gusano pero tiene razón. No sólo los generales tienen lleno de muertos el armario. Un día de estos me pongo las pilas y escribo sobre el asesinato de Antonio Di Benedetto.
Estaba en eso, desbrozando la mezcla rara de “historias del corazón” y noticias policiales en que se han convertido los medios, cuando un susurro en la oreja me avisó de la presencia de Grafolito del Duraznero, el implacable. Ya, el tipo es un amigo, pero por su esmirriada contextura suele suceder que me miran como si hablara solo, y de ahí al “loquero” hay un paso.
Grafolito, con su inveterada costumbre de criticar a los humanos -genocidas de innumerables generaciones de gusarapos- esta vez echaba pestes sobre los cultos, los académicos y las academias. Decía, en el colmo de la exageración, que son apenas menos dañinos que la lepra, la varicela y la tos convulsa, todas a un tiempo. Le dije:
-Viejo, la gente se gana el pan como puede. Ya me anotaría yo en un currito (“enchufe”, para los yoyegas (gallegos al vesre (revés))) de ese palo. Buena mosca, buena jubilación…
-No –dijo, tajante- no tengo nada contra el ladroneo. Lo que jode la paciencia es que siempre la van de víctimas y perseguidos, cuando tienen el armario lleno de esqueletos y muertos de propia mano.
Yo sabía por donde venía su bronca. Grafolito lee. Y rompe la paciencia porque cuando termina de caminarse una página ¿quién se la da vuelta? El “quía”; uno.
Lee, y es un hincha de fútbol para su autor preferido, Osvaldo Soriano. Entonces, como de tanto en tanto alguien recuerda y comprueba, que los cultos de Argentina siguen negando su existencia, se pone de la cabeza y empieza a repartir patadas. Que en un gusano es mucho decir.
Era cierto, unos días atrás había reaparecido la polémica, y Grafolito, que abusa de la amistad todo lo que puede, reclamaba:
-Volvé a escribir la historia de Di Benedetto. ¡Que el mundo se entere de que lo mataron los cultísimos!
Quise decirle que no era cierto. Que no lo mataron, pero lo pensé mejor y cerré el buzón. Porque algo de eso hubo.
El escritor mendocino Antonio Di Benedetto estuvo preso en tiempos de Videla. Y la vida carcelaria no le caía nada bien; no estaba hecho para esas cosas.
Sólo que le fogoneaba la esperanza el hecho de que cientos de escribas de todo el mundo pedían continuamente por su libertad.
Hasta que un día estuvo al borde del derrumbe final.
Un día supo que en suple cultural, de señero diario argentino, anoticiaban que la editorial Gallimard publicaría “Zama”, la novela del escritor argentino Antonio Di Benedetto, que en la actualidad –esa, previa al mundial del 78, y llena de desaparecidos- “desempeña su cátedra de literatura en La Sorbona”.
Y se quiso morir. Que lo torturaran y lo patearan los carceleros descerebrados y analfabetos, hasta le parecía normal; pero de la gente culta no esperaba una traición. Decía, derrotado:
-Saben que estoy preso. Lo saben. Y me están negando…
Dicen que nunca terminó de recuperarse de esa puñalada trapera. Digo que dicen, porque tal vez sea que el tango tragedia se nos cuela sin quererlo. Lo cierto fue que, cuando volvió del exilio, como en el baile de la escoba, no había silla para él. Y que languideció hasta morirse.
Grafolito será un gusano pero tiene razón. No sólo los generales tienen lleno de muertos el armario. Un día de estos me pongo las pilas y escribo sobre el asesinato de Antonio Di Benedetto.
12 comentarios:
Conectacte a la red, lo de las pilas es muy antiguo. En todo caso recarga la batería,... Y saluda a grafolito de mis partes
Muy bueno esto, Argemi. Abrazon grande.
Aquindo
camarada,compañero.Palabras poco usuales. Decia el Canciller Taiana en un acto, si un compañero de carcel me citara a las 3 de la mañana en cualquier lugar acudiria a ese lugar sin preguntar por que, Taina compartio pabellones de la muerte con gente que pensaba diferente a la dictadura de 76 en Argentina. Rodolfo
Una fresca mañanita, no sé si era otoño en Buenos Aires, no recuerdo si en el 76 o en el 77, dos que estaban a cada rato en el pináculo de la cultura (perdoname, Grafolito, la expresión) se pusieron sus mejores pilchas y fueron a morfar con Videla. Está en los diarios de la época, se sacaron fotos con el dictador, comieron sano, los ya vejestorios. Uno de ellos, mucho tiempo después, murió ciego, como había pasado gran parte de su vida. El otro, gran egocéntrico, sigue esculpiendo la estatua con la que adornará su tumba.
Uno era el Otro, y el otro vive, todavía, sobre héroes y tumbas. ¿De qué hablaron con Videla? Sospecho que no del mendocino. Mucha pena, poco olvido, Grafolito. Ojalá nunca te toquen tipos como esos de alimento.
Claro, claro, vamos a pensar que los cultos son mejores, que por ser cultos deberían ser menos hijosdeputa y vamos a interpretarlo todo desde ahí.
Ah, y también vamos a pensar que por cultísimos merecen más recuerdo carcelario que el resto.
No me joda, compañero.
creo que adela es cris
EFEMERIDES 21 de febrero Barrio el Mondongo-La Plata-Argentina. De Juan el electricista y Micela la costurera Nace a casi mitad de siglo xx Raul Argemi, despues de VIVIR y escribir durante un tiempo decide desandar el camino de sus abuelos para poder publicar y seguir escribiendo, por suerte esto sigue... Felicidades Raul. El Negro Rodolfo.
PERDON de Juan y Micaela. Rodolfo CHAU.
Venga, Argemí, que tenemos hambre.... Dame aaargo, payo.
Felicidades
Hola Raul felicitaciones por el blog,y Feliz Cumpleaños 21/2/07,ademas agradecerte por todo lo vivido durante 4 dias en esa ciudad tan hermosa y por los mate y charlas depues de tantos años sin vernos un beso y un gran abrazo desde Tandil Bs.As.
Eva,Aldana y Ernesto Reclusa
Que suerte tiene el Grafolito de poder compartir contigo aunque sea una ducha del vermusito (seguro que ya aguado y sin espuma), ¿le convidaste una papafrita para celebrar? Feliz cumple compañero.
Los apycareños
A Carlos:
Si, muchacho, gracias. Me vino bárbaro el consejo. Ni siquiera me hizo falta leer cualquiera del montón de libros que ese genio generoso, buen hombre beneficiador de sus congéneres, ha publicado. Ya elegí un medio ladrillo y estoy esperando que la pensionada de la esquina salga para el mercado, para partirle el parietal y guardarme su dinero. Y en el departamento de enfrente al mío hay unas mellicitas que a la salida del jardín maternal, toman su baño. Antes, las miraba con mis prismáticos. Pero ahora me estoy armando un disfraz de encuestador para ir a tocarles el timbre y hacerme una fiestecita. Gracias otra vez, Carlos. Eres genial.
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